Ángela Vallvey
La vara
Sabemos que el poder obra milagros. Si tuviésemos que escoger un símbolo del poder total, sería la vara de Moisés: el mismísimo Dios se la dio para acreditar su misión sobre la tierra. La vara permitía al profeta, que también era legislador (como todos), hacer prodigios. Con la vara divina, Moisés convirtió el agua de Egipto en sangre, logró que granizara como si el desierto se hubiese transformado en la Antártida, forjó una nube de insectos por generación espontánea, logró sacar de la nada una plaga de langostas digna de una película de Alfred Hitchcock... Cuando el pueblo de Israel iba huyendo del ejército del faraón, consiguió separar las aguas del Mar Rojo, creando un pasadizo natural que no serían capaces de soñar ni los ingenieros del eurotúnel. Y también le dio un par de golpecitos a una roca de Horeb, en pleno Monte Sinaí, y logró que brotara un chorro de agua fresca, pura y cristalina de lo que antes no era más que un peñasco achicharrado por el sol. Así sació la sed de su pueblo, que estaba a punto de morir de deshidratación.
De ahí la «vara de mando», que luce en ocasiones señaladas incluso el más humilde de los alcaldes de pueblo.
Hay personas que nacen con una sed de poder todavía más acuciante que aquella que padecían los israelitas que seguían a Moisés. Y luego están los que no saben qué es el poder, ni quieren saberlo, ni disciernen qué significa tal cosa. Algunas personas recibirían la vara del poder y la harían leña. No todos parecemos facultados para manejar la vara del mando. (Aunque, si tuviésemos la oportunidad, quién sabe...). En España, poquito a poco, incluso gentes sencillas van intuyendo lo que significa el poder, su capacidad de obrar portentos y/o anormalidades catastróficas.
Herederos políticos del franquismo, nuestro sistema presidencialista tiende a la concentración del poder, a cultivar el latifundio del poder, a propiciar el feudo y la taifa. El poder en España está muy repartido, y también muy agrupado. Lo que no es contradictorio: significa, simplemente, que hay mucha potestad que tomar, numerosos ámbitos para ejercer la autoridad. Estábamos acostumbrados al sistema bipartidista, turnista de grandes partidos, pero las fuerzas políticas se han dispersado y reduplicado: es como si se hubiese corrido un telón que ahora permite al ciudadano ver al poder absoluto desnudo, y contar bien los dientes de quienes a él aspiran.
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