Cristina López Schlichting

La vida de los otros

La Razón
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Ir a tu hogar y encontrártelo habitado por otra familia. Es lo que le ha ocurrido a Mónica B., de Toledo, que pasó por un cáncer, estuvo hospitalizada y permaneció un año convaleciente con sus padres. De vez en cuando, los suyos daban una vuelta por su casa y se cercioraban de que todo iba bien. Hasta que se encontraron una corona de Navidad colgada en la puerta. Del interior salió una señora que explicó que ella vivía allí con los suyos, que «también» estaba enferma y que no pensaba marcharse. La Policía no pudo hacer nada –se necesita una orden judicial para un desalojo– y, aunque ha cortado el agua y la electricidad, Mónica sigue pagando la hipoteca sin poder disponer de techo. Tiene ansiedad y síntomas depresivos y hace tres años y tres meses que espera a que salga el juicio que le devolverá su hogar. Pocas veces se habla de estos casos, pero el procedimiento judicial es tan complejo que los «ocupas», en la práctica, se atrincheran tras la Ley. Esta semana hemos sabido que Ahora Madrid está haciendo propaganda de la ocupación. Piden a las víctimas que no recurran a la Policía y sean comprensivos con la tragedia social de los sin techo. Me pregunto quién protege a Mónica. La paradoja del nuevo orden social es que el agresor se convierte en víctima. Toda la semana hemos escuchado hablar de la «pobre» Rita Maestre y justificar la irrupción de la actual portavoz del Ayuntamiento en una capilla universitaria, amenazando de muerte a los presentes. Se han subrayado su juventud y su derecho a la expresión y manifestación, su condición de excelente alumna de Pablo Iglesias y ejemplo social. Me pregunto quién protege al ciudadano que está ejerciendo su derecho a rezar sin ser insultado ni agredido. Ada Colau denunciaba la triste situación de los titiriteros del carnaval madrileño, en prisión preventiva. Me pregunto quién se apiada de los niños que presenciaron la violación de la bruja, el asesinato del violador y el ahorcamiento del juez. En Pamplona se profanaron hostias consagradas en nombre de la misma libertad artística que ha celebrado la horrenda poesía premiada en Barcelona. Todo se puede discutir en democracia, pero argüir tus derechos para aplastar los del contrario, no. Estamos empezando a padecer la extraña lógica del totalitarismo, donde las víctimas son los culpables, sencillamente porque no sirven a los intereses de Podemos. Es una lógica perversa, porque no es de doble dirección. El escrache, por ejemplo, se plantea como bueno si se ejerce contra el enemigo, pero no cuando lo padece un miembro del Partido. Y así, sucesivamente, la ocupación, el escándalo, la blasfemia: son positivos para ejercer la reivindicación de supuestos «valores superiores», pero malos si perjudican los intereses de Podemos. Son tiempos para releer a Kadaré o Solzhenitsyn.