Restringido

La vida no espera

La Razón
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La actualidad política es de tal inestabilidad que casi dos meses después de haberse celebrado las elecciones aún no sabemos si alguien será capaz de formar gobierno o deberemos ir de nuevo a las urnas. En tanto, el país está sumergido en una especie de paréntesis informativo, en el que más allá de lo que ocurre tras los muros del Parlamento o en las sedes de los partidos, sólo es capaz de atraer el interés las reacciones que se puedan producir en el mundo económico, en concreto los mercados de cotización de valores y siempre interpretado en el modelo acción-reacción con respecto a la situación política.

La vida de las personas no puede esperar. Dos meses más para un desempleado que lo es desde hace años son una eternidad. Los retrasos en las pruebas diagnósticas médicas o las dificultades para obtener una prestación que garantiza teóricamente la ley para una persona dependiente representan la particular angustia familiar. Las personas dependientes han sido los grandes damnificados de la crisis y de la falta de voluntad política. La ley de dependencia, término con el que se ha popularizado la ley que promovió Zapatero, ha sufrido duros recortes desde 2012.

En principio, los ajustes presupuestarios tuvieron como consecuencia los retrasos de un año de la entrada en el sistema de muchos dependientes. Los aplazamientos posteriores relegaron el inicio de la cobertura de muchos dependientes moderados hasta julio del año 2015. Los datos del Imserso arrojan un total de más de 130.000 personas con el derecho reconocido a una ayuda que están a la espera de recibirla.

En tiempos de crisis la discusión se enmascara detrás de la clasificación entre derechos prestacionales «caros» frente a los de inmunidad «baratos», pero siempre hay un perdedor, los derechos culturales, económicos y sociales. El problema no es esencialmente económico, es ideológico. El problema de la crisis no era un pequeño porcentaje del PIB que actuase de red de seguridad para el que está a la intemperie, el problema era un Banco Central Europeo empeñado en una política de control monetario y empujando a la deuda soberana de algunos países hacia el expolio de los mercados con primas de riesgo insostenibles que se tragaban literalmente los recursos económicos.

Europa fue, durante parte de la segunda mitad del siglo pasado, un auténtico laboratorio de Estado de Bienestar y protección de las personas. Sin embargo, la construcción política europea abandona esta seña de identidad y muestra una tremenda resistencia a la conquista de la Europa social. Detrás se encuentra la pugna entre los derechos civiles, políticos y sociales. Los derechos de primera generación y los de segunda, tercera y hasta cuarta generación, o derechos de libertad frente a los de igualdad. Da igual el ángulo que tome el debate, la controversia siempre es entre dos formas de entender el mundo, el liberalismo más o menos descarnado y la socialdemocracia más o menos liberal.

Somos muchos los que defendemos que todos los planos que intentan supeditar los derechos sociales a las coyunturas económicas, basados en diferencias insalvables entre unos derechos y otros, son rebatibles doctrinal e intelectualmente. En definitiva, los derechos civiles, políticos y sociales están interconectados, muchos de ellos participan de estructuras axiológicas y dogmático -doctrinales del derecho similares y sus garantías no tienen por qué ser distintas.

Uno de estos días escuché en la radio, en el interior de un taxi y en medio de un molesto atasco, una historia que me emocionó. Un anciano de ochenta años acude todos los días a desayunar con su mujer que está internada en una residencia de personas mayores aquejada de alzhéimer en estado avanzado. A pesar de que hace años que ella ya no recuerda quién es él y no le reconoce, la visita es puntual y la delicadeza con la que le da a tomar el café es llamativa. Alguien preguntó al señor por qué realizaba siempre el mismo ritual y desayunaba con ella si realmente no es consciente. El hombre sonrió condescendiente y respondió: «Ella no sabe quién soy yo, pero yo sí sé quién es ella». En la tertulia posterior pusieron en valor el amor entre ambos, pero no hay que olvidar el componente de respeto por los demás.

Parece inminente un debate sobre la reforma de la Constitución. A muchos nos preocupa la solución al problema catalán y la unidad del Estado, pero no se puede relegar la consolidación de esferas más amplias de desarrollo de la personalidad, es decir, ha llegado la hora de reforzar algunos derechos sociales. Para ello, habrá que empezar por determinar un contenido mínimo esencial de los mismos.