Marta Robles
Lágrimas verdes
Sólo los verdaderos aficionados al rugby entenderán mi pena por la marcha de O'Driscoll, pero ver al sonriente capitán irlandés abandonar casi lo que más ama, a petición de quien más ama, es decir su mujer, Amy Huberman, madre de la preciosa Sadie, de un añito de edad, resultó bastante emocionante. El centro irlandés se marchó, eso sí, tras convertirse en el jugador que más veces ha sido internacional en la historia del rugby (141 ocasiones). Y lo hizo con una victoria bajo el brazo, en el último encuentro del Seis Naciones, que su equipo jugaba contra Francia en el mismísimo París. Irlanda, hasta ahora, sólo había ganado allí una vez en 40 años, precisamente, en el debut como jugador internacional de Brian O'Driscoll, ni más ni menos que con tres ensayos en el Stade de France.
Para mí que, además de su empuje y su garra, catorce años más tarde les ayudó San Patricio, ese santo que, además de ser su patrón, todo lo quiere verde, como sus camisetas, y a quien el capitán, feliz tras ganar el torneo de rugby más prestigioso del mundo, le dedicó el trofeo, dos días antes de la celebración de su fecha, alzándolo al cielo.
En Irlanda, aún debe de estar corriendo la cerveza Guinness, porque allí el rugby es religión. Tanto como para ser el único deporte en el que están en la élite y creo que el único también en el que juegan unidas Irlanda del Norte e Irlanda del sur, como si fueran un solo equipo, de una misma tierra. La selección Nacional de Irlanda está de enhorabuena por ese triunfo merecido, pero también debe andar llorando lágrimas verdes, por la marcha de quien, hasta ahora, ha sido su máxima leyenda, Brian O'Driscoll.
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