Alfonso Ussía
Las bolas de cerezo
Algún tiempo llevaba echando de menos el artículo de Manuel Martín Ferrand en «ABC». Hoy, de nuevo, aparece publicado su texto. Con Manolo se puede estar cercano o en las antípodas de la opinión, pero siempre se encuentra en sus palabras magisterio, medida e inteligencia. Se trata de un periodista que lo ha hecho todo, menos fundar la «Asociación de Amas de Casa» de Vilanova y la Geltrú. Se mueve fastidiado por la indolencia de sus riñones, que hace años decidieron reducir su ritmo de actividad. Y me lo figuro descansando en su casa de Castañeda, a las puertas del valle del Pas, entre esos verdes infinitos y enfrentados del verano en la Montaña que tanto ayudan a superar las dificultades propias de la vida y la salud. Manuel Martín Ferrand es un gallego afincado en Madrid y enamorado de Cantabria, de soltera, provincia de Santander. A él le debo mis primeros años en la radio, de recuerdos fabulosos. Me incorporé apenas una semana más tarde de la inauguración de su gran creación periodística, que no es otra que Antena-3 de Radio. Me pidió que escribiera todos los días unos versos satíricos, que se emitían después del informativo que daba paso a la gran estrella de la cadena, José María García. No quiero olvidar a nadie, pero por ahí se formaban Antonio y Luis Herrero, Consuelo Berlanga, Nieves Herrero y otros jóvenes periodistas triunfadores. Santiago Amón regalaba su sabiduría. Garci, Hermida, Amilibia, Yale, García Juez, García Cortés, Cavero, los Gomaespuma, Jose Antonio Plaza, Pumares... Como todos los que entramos ahí, en aquella casa de libertades y talentos, terminé haciendo de todo. Cuando intuí que Manolo estaba más pendiente de resistir a los ataques de algunos de los principales accionistas que de dirigir su Radio, salté a la Cope con Luis Del Olmo, también de memoria inolvidable. Pero de Manolo se aprendía en cada minuto, y siendo el máximo responsable de la cadena, su despacho siempre estaba abierto y sosegado, y Vicente Zabala, el gran crítico taurino, dueño del último lenguaje genuinamente castizo de un Madrid que ya es aire, lo exclamaba con admiración cada vez que visitaba a Manolo: «¡Joé, joé y joé con el Gordo!». Manolo tenía dos grandes escuderos para negar cualquier solicitud. Él estaba para contentar, no para decepcionar. Si se le pedía algo que no podía conceder lo despachaba de esta guisa. «Perfecto, habla con Orosa y con Carrasco». Así que abandonaba Vicente Zabala el despacho de Manolo camino de la Redacción mientras comentaba en voz alta: «¡Joé, joé, y joé con el Gordo! Me ha dicho que hable con Orosa y con Carrasco. Nada, que no hay aumento!»
Coincidí con Manolo muchos años en «ABC» y compartimos numerosos almuerzos de columnistas. Agudo, inteligente y certero. Y siempre buen amigo, conciliador y leal con su verdad. «Qué dulce con las espigas/ qué duro con las espuelas», norma lorquiana de su proceder periodístico. A su lado, una gran mujer, Rosalía, también periodista, cubierta con la armadura de la paciencia, porque Manolo no era de horas fijas ni de trayectos establecidos. Y según dice –nunca me las mostrado–, tiene en su casa de Castañeda, en una bolera que no usa porque es malísimo jugador de bolos montañeses, tres bolas que pertenecieron al mítico «Zurdo de Bielva», según él, de madera de cerezo. Los gallegos son dueños de una fantasía inalcanzable. El gallego literario es tan luminoso, a pesar de las nieblas y las brumas, como un andaluz. Cunqueiro, Fole, Castroviejo, Torrente, Cela, Alvite y ahora, el joven Jabois. Ser mentiroso en el arte de la palabra y las figuraciones no determina defecto alguno, sino todo lo contrario. Nadie más mentiroso que Álvaro Cunqueiro, quizá tan sólo superado por Camilo y Castroviejo. Alvite, el genio, mi compañero inmediato de columna, se ha inventado todo un mundo que nos entrega a diario, en pedazos pequeños, para enseñarnos a volar por encima de la realidad. Hay escritores gallegos que mienten con el Savoy, los viajes por la Alcarria, los lances cinegéticos, los aullidos del lobo, la Santa Compaña, y los hay que se inventan bolas de madera de cerezo. Porque las bolas que han impactado desde que se inventó este juego rural de fuerza y talento en la Montaña, las bolas que han caído sobre la formación de bolos de abedul figurada por Pepe Hierro, Del Río Sanz y José María de Cossío –que nunca se lavó los dientes y los mostraba como una piel de cocodrilo–, han sido siempre de encina, y algunas de roble, pero jamás de cerezo, como asegura Manolo que eran las del Zurdo de Bielva, que no era zurdo, ni era de Bielva, porque nació en La Habana para volver a Herrerías de hijo de indiano pobre. Pero si esas bolas de madera de cerezo me sirven para dar la bienvenida y abrazar con mis palabras a Manolo Martín Ferrand, bienvenidas sean y bendito el tronco de ese cerezo que nunca existió. A seguir escribiendo, maestro y gran amigo.
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