Alfonso Ussía
Lazos y pamplinas
No me convencen las reivindicaciones justas mezcladas con las exhibiciones de lazos. No hay colores para tantos lazos. El SIDA no se controló por los lazos rojos, sino por las decenas de miles de millones de dólares que se invirtieron en su investigación. Lo mismo sucede con el lazo rosa, y el azul, y el blanco, y el naranja y el amarillo. En Cataluña se ha puesto de moda el lazo amarillo, es decir, el lazo que denuncia la protesta de los clientes estafados en establecimientos chinos. En los días previos a la celebración de la estupidez importada del «jalougüin», mi sobrina Constanza compró una peluca con gorro adherido de bruja malísima en un chino. Ahora está la pobre visitando cada dos días a un eximio dermatólogo, que ha conseguido normalizar la piel de su cabeza y aliviarle los picores, previa rasuración total. Marta Rovira duerme con el lazo amarillo, y me permito recomendarle que deje de adquirir productos para su pelo en las tiendas chinas, que al paso que va, un día se va a quedar más calva que Romeva, el preso cautelar de más excitante alopecia.
Si existe hoy en España una demanda social justa es la que exige la equiparación salarial de la Guardia Civil y el Cuerpo Nacional de Policía con las fuerzas de seguridad autonómicas, e incluso, locales. La Razón y su Director, Francisco Marhuenda, han dedicado mucho tiempo, trabajo y esfuerzo a una petición inaplazable. Pero no precisa de lazos. Y ya hay lazos para la equiparación. Son azules, verdes y llevan integrada la Bandera de España. Mucho más bonitos que los amarillos que llevan los catalanes separatistas por comprar en establecimientos chinos. Pero no necesarios. El exceso de lazos debilita las reivindicaciones. Para que nuestros guardias civiles y policías nacionales perciban mensualmente similares honorarios que otras fuerzas de seguridad de mucho menor rango y territorialidad, basta y sobra con la adopción gubernamental de una medida esperada. Que en los próximos Presupuestos Generales del Estado se limiten hasta el máximo las subvenciones a los chulos de gorra del sistema, y se invierta en hacer justicia a guardias civiles y policías nacionales. Repito que para mí, la equiparación salarial me sigue pareciendo injusta. Tendrían que ganar más, por aquello de sus responsabilidades, su constante servicio, su lealtad, su eficacia y su presencia territorial. ¿Que el cine español puede resultar perjudicado? ¿Que las ONG inútiles pueden resentirse y obligadas a reducir los viajes de sus dirigentes? ¿Que la asistencia a congresos innecesarios hay que limitarla hasta el máximo? ¿Que los fondos destinados a mantener a las feminazis profesionales pueden ser objeto de un plan de ahorro? Cada una, por separado, puede considerarse el chocolate del loro. Pero el derroche sumado, alcanza cifras escalofriantes. El Estado gasta en chorradas mucho más que lo necesario para hacer justicia y establecer la dignidad salarial de sus mejores servidores.
Los lazos no arreglan nada. Lo arreglan la buena voluntad de los ministerios en el cálculo y creación de sus presupuestos. Parece infantil este argumento, pero es el único. Evitar el despilfarro en beneficio de los que viven a expensas del contribuyente, y equilibrar la balanza de la justicia. Que nuestros impuestos mejoren la vida de quienes nos garantizan la seguridad con su trabajo desmedido, se ha convertido en una demanda clamorosa. Si Trueba quiere rodar una película coñazo con maquis buenos y guardias civiles malvados, que la produzca con su bolsillo. Ni lazos ni pamplinas. Justicia. Y con urgencia y generosidad.
Es decir, que mañana ya es tarde.
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