Alfonso Ussía

Lina

La Razón
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No tengo muchos amigos entre los actores. Arturo Fernández. Se fueron Antonio Ozores, y Tip, y Juan Luis Galiardo y el formidable Luis Escobar. Nada tengo contra ellos, pero intuyo que siempre están interpretando. Gracias a Antonio Mingote conocí a un genio del escenario que simultáneamente, cuando se sentaba en una mesa para compartir una cena, era una mujer absolutamente normal. Intentaba pasar desapercibida, y lo conseguía. Simpática y generosa con los suyos, con un talento natural para la interpretación inconmensurable, aunque el éxito le impidió volar a más altura. Se encasilló en su vis cómica y su humor castizo, renunciando a proyectos más comprometidos. A pesar de sus renuncias, fue la mejor. Y una amiga de verdad, agradable, culta y sosegada. Creo que la muerte de su hermano José Luis marcó el principio de su final, acelerado por traiciones de algunos familiares y empleados ingratos.

¿Se quieren y admiran tanto como dicen los actores entre ellos? Excesivos llantos en el velatorio. El de Lina Morgan, con la Bandera de España cubriendo su ataúd, fue en el escenario del Teatro de la Latina, su teatro, su segunda casa. Lo compró, lo remodeló y lo abarrotó de público durante decenios. De todos los puntos de España llegaba y acudía al teatro un público entregado de antemano. Es muy difícil conseguir el aplauso antes de actuar, pero Lina Morgan surgía de las bambalinas y el público se ponía en pie e interrumpía el sainete, la revista o la comedia. Y cuando Lina Morgan, encendida por las ovaciones interminables, se sentaba en su camerino y abandonaba La Latina, nada tenía que ver con el arrollador personaje que terminaba de interpretar. Gocé de paso libre por su despacho y su palco durante los meses que se representó una versión musical de «La Venganza de Don Mendo», dirigida por Gustavo Pérez Puig, y firmada por Enrique Llovet, el que escribe y el maestro Segura. Don Mendo era Saza, recientemente fallecido, un actor extraordinario y otra persona normal y buena. Y Doña Ramírez, Rafaela Aparicio, que empezaba a perder la memoria y superaba las angustias de la mente en blanco con unas salidas oportunas y divertidísimas. Lina se pasaba todas las noches por su teatro. Sabía que el lleno estaba asegurado, pero lo hacía por amor. «No puedo estar ni un día sin verlo», y lo miraba, con el patio de butacas lleno, y aplaudía como una descosida. Porque ella era público. Empresaria, estrella principal y público apasionado al mismo tiempo.

En alguna ocasión le oí educadas quejas. En la intimidad se atrevía a dejar caer lamentos por las envidias y los celos de su profesión. Tenía la piel fortalecida, la coraza del éxito, pero le dolían los desaires y ninguneos. «Y Lina Morgan, que ha vuelto a estrenar una de sus cosas», escribió Eduardo Haro Tecglen, culto y amargo, buen escritor y crítico de teatro del diario «El País», aunque no le gustara el teatro. Desde el palco lo observábamos. –Ya, se duerme ya, se ha dormido-. Y Pérez Puig que sentenciaba. «Entonces tendremos buena crítica. Cuando Haro se duerme durante la representación, siempre reacciona con el elogio».

Sufrió un desprendimiento de retina. Viajó a Barcelona para ponerse en manos del doctor Alfredo Muiños, en la clínica Barraquer. Coincidió con Don Juan, que había sido intervenido y ya le permitían algunos paseos. Don Juan visitaba todos los días a Lina, le tomaba la mano, y le animaba. «En dos meses, ya estarás triunfando». Y la despedida. «Hasta mañana, Lina, paciencia»; «Hasta mañana, mi Rey, que vaya pedazo de Rey nos hemos perdido los españoles». Lina era madrileña y castiza, devota de la Virgen de la Paloma, creyente, profundamente española y austera hasta la exageración. Recibió su cuerpo sin vida la visita de respeto de Manuela Carmena, lo cual es un destalle a destacar.

He leído y oído muchos testimonios, todos de pesar, de sus compañeros de profesión. Su generación, muy menguada. Se han marchado casi todos. La actriz Concha Velasco, que lloró ante su féretro, dejó un testimonio inquietante y bastante enigmático. No he sido capaz de resolver su misterio. «Ha sido una luchadora nata, siempre trabajando. Yo, en realidad, siempre he querido ser Lina Morgan, en el buen sentido de la palabra». Ni Ibsen ni Ionesco superarían frase tan confusa.

Con Lina Morgan en la otra orilla, el teatro en Madrid se resiente. Todo es ya recuerdo y memoria. Lina fue teatro, no cine. El cine aprovechó su tirón, pero su desparpajo y genialidad interpretativa necesitaban de la cercanía del público. Descanse en paz la mujer sencilla, generosa y normal en su Madrid del alma. La gran actriz permanecerá siempre. Y no tendrá, de momento, ninguna calle con su nombre.