Ramón Tamames
Lo que cae del cielo
¿Realmente piensa alguien que en el planeta azul vivimos a cubierto de cualquier riesgo que pueda venir del espacio exterior? Para empezar, recordaremos a los lectores que la Luna, que acompaña a la Tierra en su largo viaje por el cosmos (ya de 4.500 millones años), fue el resultado del choque de un posible planeta errante; que descolgó de nuestro mundo una masa que se convertiría en el satélite que los griegos llamarían Selene. Como también conviene remembrar que hace unos 60 millones de años, un gran meteorito impactó en lo que hoy es el Caribe, acabando con los dinosaurios, y potenciando la evolución a favor de los mamíferos, hasta entonces más que sojuzgados.
Todo lo anterior viene a colación del meteorito que impactó en Chelíabinsk, en Siberia, el pasado día 15: con características muy impresionantes: 10.000 toneladas de masa, que al entrar en la atmósfera se desintegraron, a unos 40 kilómetros de la Tierra; en lo que fue una explosión equivalente a 450 kilotones, unas 30 veces la bomba de Hiroshima.
Ese episodio explosivo, coincidió –al parecer con plena independencia– con el asteroide, cuatro veces mayor en diámetro, llamado 2012 DA 14. Que el mismo día 15 se acercó a la Tierra a una distancia de 27.000 kilómetros, por debajo de la órbita de los satélites de comunicaciones.
La NASA, la ESA, Rusia y China tienen programas de detección temprana de asteroides. Y además, está la Red Internacional Neo (Near Earth Objects), con métodos de seguimiento de lo que pueda venir de fuera. Por tanto, los recursos para esas agencias y redes, no es dinero que se tire: es algo fundamental para prevenir el acoso de asteroides. Que nos salvemos de ellos, es cosa bien distinta: todo dependería de las entidades antes mencionadas, que están buscando tecnologías de desviación de los potenciales grandes objetos atacantes desde los cielos.
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