César Vidal
Lo que China hace bien (I)
Viajar por China siempre constituye una experiencia fascinante. Abandonar las grandes urbes como Beijing o Shanghái y adentrarse por su inmenso territorio permite contemplar una nación que no deja de crecer prodigiosamente. Este año, que no es bueno, crecerá no menos del 6,5 por ciento sobre un PIB superior al de Estados Unidos. Poblaciones de categoría mucho menor como Harbin, cercana a Siberia, o Nanjing cuentan con autopistas, con aeropuertos y con estaciones de tren que nada tienen que envidiar a las de Estados Unidos y Europa occidental. No es menos notable la capacidad de consumo que se contempla en los centros comerciales que pespuntean las ciudades chinas. De no ser por los rasgos raciales, la manera en que los chinos visten, calzan e incluso se desplazan, ya no en bicicletas, sino en automóviles de alta gama, provocaría la sensación de que nos movemos por Chicago, Londres o Madrid. No sólo eso. ¿Qué ha llevado a China – que hace cuarenta años sufría literalmente el hambre y la miseria– a alcanzar ese éxito? Las razones son varias y dignas de reflexión. La primera es un pragmatismo extraordinario. Si en Beijing, el rostro de Mao es omnipresente y en algunas poblaciones rurales incluso es venerado como una divinidad, en no pocas su único rastro es su efigie en el papel moneda. La nación sigue regida con mano de hierro por el partido comunista; proclama su socialismo a la china y rinde homenaje a la revolución, pero, paso a paso, ha ido desmontando el sistema económico comunista sustituyéndolo por un capitalismo pujante que reúne, por ejemplo, multinacionales propias y el número mayor de millonarios del globo. Mientras es espectáculo común en Occidente que los frenos ideológicos –no pocas veces demostrados como graves falacias por el devenir de la Historia– impidan abordar con sensatez problemas relevantes, China, con banderas rojas al viento, hace gala de un sentido práctico envidiable. No menos relevante es la manera en que China es impermeable a corrientes ideológicas que considera dañinas para la sociedad. Decidida a impulsar la demografía nacional, no sólo ha levantado las restricciones al número de hijos, sino que también se resiste a ceder un palmo ante la ideología de género o el «lobby» gay convencida de que, en términos de desarrollo poblacional, son estériles. Aún más decidida es la resistencia de China frente a políticas impuestas desde el exterior, convencida de que los intereses nacionales son lo primero. Es para reflexionar. No sólo por eso.
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