Manuel Coma

Lo que nos espera

La Razón
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Ocho desquiciados sin ningún especial talento han puesto a Europa contra las cuerdas, semiparalizando Bélgica y poniendo a Francia en una simulación de pie de guerra, con su presidente recorriendo el mundo en busca de aliados. Se han suspendido partidos internacionales en varios países y se han desbaratado otras dos operaciones en marcha en París, más o menos similares a la del 13. La movilización policial puede haber desactivado otras más, en varios países, incluso sin que las propias fuerzas de seguridad hayan llegado a tener conocimiento de los peligros que han abortado.

¿Podemos vivir siempre así? Y más importante ¿vamos a tener que hacerlo? La principal conclusión de estas dos últimas semanas es que más bien sí. Los políticos no quieren vender alarma, que cotiza poco electoralmente, pero tampoco ser acusados de irresponsables, si lo peor llega a ocurrir. Los servicios que nos defienden saben que la amenaza es persistente y con mucha probabilidad irá en aumento. Los medios de que disponen nunca bastan y, aunque hacen mucho, no se les puede pedir infalibilidad ni omnipotencia.

París y todos los esfuerzos subsiguientes han ratificado lo que ya se sabía y confirmado muchas sospechas. Esencialmente que el terrorismo yihadista no sólo ha venido sino que sobre todo está instalado entre nosotros, decidido a quedarse.

El Estado Islámico se diferencia de al Qaida, entre otras cosas, en que la organización de Bin Laden primaba al enemigo lejano, Occidente y sobre todo Estados Unidos, sobre el cercano: los corruptos y apóstatas que gobiernan los países árabes. La teoría era que éstos eran sostenidos por aquellos y que, todavía peor, el islam estaba gravemente amenazado por la nefasta influencia de la pervertida cultura occidental. Así que los primero era expulsar a los corruptores, atrayéndolos previamente a la trampa mortal del Oriente Medio. Además las masas islámicas no estaban preparadas para el choque interno. La teoría de Estado Islámico ha sido la opuesta. Instalemos cuanto antes el núcleo territorial del califato, y desde él vayamos expandiéndonos entre nuestros correligionarios. Así procedieron, pero desde que sus éxitos en el verano del 14 suscitaron una coalición bélica que comenzó a pararle los pies, empezaron a organizar la contraofensiva en nuestras tierras, a la vista de que su empeño había incendiado muchos entusiasmos en sectores juveniles de la población musulmana de Europa, la mayor parte descubridores de un Islam al que le habían dado la espalda e incluso conversos de familias de la nacionalidad anfitriona. Desde agosto del pasado año al Adnani, el ministro de propaganda del califato sirio-iraquí, comenzó a incitarlos a cometer ataques contra infieles, especialmente contra los “malvados y puercos franceses”. Eso fue más de un año antes de que Francia efectuase sus primeros bombardeos, prácticamente individuales, contra sus propios yihadistas sobre el terreno.

Todos los terroristas identificados en el atentado de París habían tenido alguna estancia en Siria, pero todos habían nacido en Francia o Bélgica. El peligro de los radicalizados in situ no es menor que el de los que han tenido una experiencia y adiestramiento en “Sham”: Levante o Gran Siria. Al menos dos entraron con la oleada de refugiados. La cuarta parte. Pero lo grave es los que ya están aquí. El cerebro de la operación, Abdelhamid Abaaud, belga pasado por Siria, cuyos videos y fotografías estaban al alcance de cualquiera que visitase las publicaciones yihadista on-line, presume de haber atravesado las fronteras de acá para allá y viceversa, cuantas veces se le ha antojado.