Joaquín Marco
Lo que pasa en la calle
Con su característica ironía Antonio Machado, en su magnífico libro Juan de Mairena (1936), que subtituló, aún con mayor gracia, «Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo» satiriza el uso del lenguaje rimbombante hasta alcanzar el poético que equivaldría al más sencillo. En su imaginaria clase de Retórica y Poética hace sustituir a los alumnos: «Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa» por lo adecuado: «Lo que pasa en la calle». En esta ocasión, el poeta no va más lejos y alude tan sólo al lenguaje, eligiendo el directo, pero habrá muchos que vayan más allá y se pregunten qué pasa en la calle o qué piensan quienes transitan por nuestras calles. Lo intuimos, lo sabemos porque formamos parte de estas multitudes. Conocemos el miedo que corroe una sociedad que observa a su alrededor la degradación de los servicios y a la que se auguran todavía años difíciles. El barómetro del CIS del mes de marzo nos ofrece algunos datos que vienen a confirmar el desánimo social que nos rodea y del que participamos. Sabemos de una crisis que va más allá de los movimientos cíclicos que el desarrollo económico nos tenía acostumbrados. Ello forma parte de un cambio fundamental: la economía ha sustituido a la política y, en consecuencia, quienes dirigen, más allá de nuestras fronteras, nuestros destinos no tratan de incrementar la felicidad de los ciudadanos, como utópicamente se preconizaba en nuestra primera Constitución de Cádiz, sino los beneficios de las grandes corporaciones, estos conglomerados económicos que tan sólo buscan incrementar sus beneficios. Lo que pasa en la calle es el resultado de una política inexistente o tal vez inclemente. No es, pues, de extrañar la desconfianza y el desapego que siente el ciudadano hacia sus políticos y en las instituciones que dicen representarle y que reiteradamente nos resumen los medios.
En estos últimos días ha fallecido una figura emblemática que simbolizaba estas corrientes de extremado liberalismo económico, aplicadas durante su gobierno a la transformación de la sociedad británica: fue el discutido fin del imperio de Margaret Thatcher (hubo también luces en su dilatado gobierno, especialmente en su visión de las relaciones internacionales). Por contra, José Luis Sampedro se convirtió en la sensata voz de un economista provocador, de un humanista y escritor que, pese a su avanzada edad, estuvo siempre con los jóvenes y hasta con los «indignados», preconizando otra forma de entender el proyecto económico. Entre una y otro, desde otra perspectiva, la popular Sarita Montiel representaba la España que habíamos creído superar, una sociedad inclemente que miraba hacia el pasado desde un presente y que asomaba tímidamente la oreja. Eran otros tiempos, pero desde ellos la sociedad española creció hasta colocarse entre las primeras economías del mundo. Sí, han sido estos días de pérdidas como si abril fuera, como dijo el poeta, el mes más cruel. Si los ciudadanos temen las noticias económicas y se alejan de los partidos tradicionales de gobierno es natural que sus concepciones vayan desde el escepticismo a los radicalismos. Las elecciones europeas, las primeras que vamos a debatir, no serán sin duda un índice fiable. Cada vez miramos con mayores recelos lo que Europa significa y lo que nos comporta. Tenemos a los vecinos portugueses muy cerca, aunque intervenidos y sufrientes. Nuestra «troika» es menos visible, pero los créditos que salvaron de momento a los Bancos ahí están. Tendremos sacrificios para rato, a menos que se adopten otros criterios, como acaban de hacer los japoneses y como hacen los estadounidenses. No es, pues, de extrañar que las estadísticas de opinión del CIS preocupen a quienes se muestran inquietos y desconocen lo que pasa en la calle y cómo se piensa. Sobre la situación económica, el 58,8% la cree muy mala y un 33,6%, mala. La suma de ambas desvela nuestro estado de ánimo. Un 68,3% peor que hace un año y un 41,7% cree que dentro de un año será todavía peor. Le anda a la zaga la política, porque un 54,2% la cree muy mala y un 29,8%, simplemente mala. La novedad de la encuesta es el incremento de la preocupación por la corrupción que ha pasado a ocupar el segundo lugar, un 44,5%, tras el paro, que vuelve a ser la preocupación general: un 81,6%. Naturalmente los tantos por ciento no son otra cosa que cifras que interpretan los sociólogos. Tras cada una de ellas podemos preguntarnos por multitud de causas y problemas. El deseo de agruparse por uno u otro motivo se realiza, a menudo, al margen del asociacionismo político, a modo de primitivos movimientos de defensa. El CIS observa también el papel de los medios, a los que se otorga, un papel tal vez exagerado. Sigue dominando la función de los informativos de televisión, un 71,4% los consume a diario, frente a otros medios. Pero en tanto se valora su objetividad o imparcialidad, un 43,5%, poco sabemos de los nuevos métodos de los que se sirven los jóvenes para intercomunicarse. Los que suponen conocer lo que piensa la calle puede que intuyan parte sólo de una muy compleja realidad. Hay sentimientos que subyacen bajo las cifras, actitudes ante la vida. El tránsito hacia una sociedad más pobre y desvalida resulta difícil. Estamos atravesando paisajes desconocidos, tal vez para llegar de donde partimos y habíamos ya olvidado.
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