Política

Los congelados y la corbata

La Razón
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El gran Giuliani, que pasará a la historia por su papel como alcalde de Nueva York el 11-S del 2001 y que desgraciadamente no será este otoño el candidato republicano a la presidencia de EE UU, incluye entre los consejos que da en su libro «Liderazgo» que a las bodas sólo hay que ir cuando se puede y a los funerales siempre. No sigo al pie de la letra la recomendación, porque trato de escabullirme de bodas, bautizos, comuniones, almuerzos oficiales y otros festejos, pero no me pierdo un entierro.

En los últimos meses he tenido que ir a unos cuantos y les confieso que me han llamado la atención dos detalles. Uno es la profusión y desvergüenza con que la gente usa el móvil, lo que conlleva que en el instante más solemne suene el puñetero teléfono de un despistado. Otro, es el torpe aliño indumentario de parte del personal.

No me refiero sólo a los colores, porque los hay que parecen más a tono con un festival de rock que con un responso. Hablo también de esas prendas, como la corbata, que no hace mucho eran obligadas y que ahora, por mor del colegueo, parecen en trance de extinción.

Habrá quien diga que no es extraño que hasta los parientes del difunto reciban el pésame embutidos con un jerseicito o en vaqueros, cuando se ha convertido en habitual ver líderes políticos llegar al Palacio de la Zarzuela, a ver al Rey de España, disfrazados como si vinieran de lavar el coche en el jardín de la suegra. A alguno y no quiero señalar, sólo le ha faltado en el «uniforme progre» la cajetilla de «Winston» en la cintura y lucir la billetera en la mano. Lo del Congreso de los Diputados o el Senado es ya inenarrable y no cuela la excusa de que se trata de acercar la calle a las instituciones o de promover que lo oficial se parezca de verdad a lo cotidiano.

Si fuera así, los Pablo Iglesias y esos periféricos lucirían impecables en sus escaños. Coincidirá conmigo todo el que practique regularmente deporte.

Algunos, quizá por tacañería, seguimos fieles a la sana costumbre de jugar al pádel o dar carreras con esa camiseta que regala el fabricante de piensos para mascotas o con la que viene de premio entre los congelados del supermercado, pero lo habitual, la moda, la tendencia, es que la gente vaya muy conjuntadita y con más dinero y marcas encima que la cursi Victoria Beckham. Van zarrapastrosos, porque en España, hasta en esto, falta coherencia.