Alfonso Ussía

Los generales

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Luis María Anson inició su brillante conferencia en el Club Siglo XXI con un fogonazo verbal: «El sistema está agotado». Por culpa de todos, pero moribundo. Reclamó la presencia de Felipe González y José María Aznar para su regeneración. En la calle no se respira felicidad, y el Partido Popular teme a los extremistas. Se equivoca el PSOE apoyándolos, porque también van contra ellos. Todavía, unos y otros están a tiempo de reaccionar. Para que la ciudadanía no se soliviante más harían bien en denunciar sus propias corrupciones. Pero se equivocan –especialmente los populares–, si piensan que una mejoría en la tormenta económica les ayudaría a recuperar su predominio social. También está en el fango Izquierda Unida, cómplice de la desaparición de más de mil millones de euros en los amigables ERE de Andalucía. Y los sindicatos, agitadores sin respuesta, clamorosos chulos del sistema. Todo ello ha puesto de los nervios a la acomodada clase política y cuando los nervios traicionan se dicen tonterías inoportunas.

María Dolores de Cospedal no ha estado fina. Reconozco sus valores pero mantengo que es muy complicado que la experiencia la convierta en una aceptable portavoz. Es peor aún Floriano, y en Cataluña, cada vez que habla Alicia Sánchez Camacho, el PP pierde votos. No resultan convincentes ni simpáticos. Y no entra en lo admisible que los nervios le induzcan a María Dolores a advertirnos contra «los populismos y los generales».

Los generales, y con ellos todos los miembros de las Fuerzas Armadas, se conjuntan en la institución más leal con España y su Constitución, más honesta y más admirable de nuestro sistema democrático. Mucho más que los gobernantes, los parlamentarios y los jueces. Mencionarlos para salir del paso en un momento de improvisado desahogo, es más que una injusticia y una grave irresponsabilidad. Es una grosería. La sombra del golpismo no está en los regimientos ni en los arsenales. El golpismo está en una extrema izquierda activa, violenta y contagiosa que cuenta con el apoyo de muchos de los causantes de nuestra penosa situación. Está en la camiseta, las chancletas y el insulto. Es muy fácil insinuar el disgusto de los generales cuando se sabe que éstos, por disciplina, no van a responder. Eso sí, están ahí, con sus Reales Ordenanzas y la Constitución de 1978 en las mesas de sus despachos, soportando toda suerte de desprecios, asumiendo unos presupuestos infames y despreciando toda relación con la riqueza personal.

El descontento de la ciudadanía pacífica y harta puede terminar empujando a los que más tienen que perder, los jóvenes, hacia posiciones extremas. Para complicar más las cosas, los nacionalismos periféricos han roto relaciones con la Constitución que ellos ayudaron a redactar. Lo de Cataluña es inadmisible, y la presencia en las instituciones democráticas de los proetarras, inconcebibles en una sociedad firme y segura de sí misma. Los ataques al Rey y los abucheos al Himno Nacional están tipificados como delitos, pero aquí nadie mueve un dedo. Todos los días nos despertamos con un nuevo sobresalto de corrupción. Rajoy deja hacer en Andalucía, en Cataluña y en el País Vasco, donde el Partido Popular ha elegido el camino de la sumisión y el socialista toma el aperitivo con los etarras. El sistema está agotado. Por culpa de los políticos y de muchos jueces y magistrados. Dejen en paz a los militares, que no han hecho en estos 37 años otra cosa que soportar con lealtad, honor y decencia la deslealtad, el deshonor y la indecencia de quienes los mandan. Cospedal tiene que disculparse.