Restringido

Los indignos

La Razón
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40 agencias de noticias iraníes, entre ellas Fars, tutelada por el gobierno de Irán, han engordado con 650.000 dólares la recompensa por el asesinato de Salman Rushdie. Sostienen que la «fatwa» contra el autor de Los versos satánicos, dictada en 1989 por Jomeini, es inextinguible. Cabe recordar que el escritor tuvo que esconderse como si fuera un prófugo. El traductor al japonés del libro, Hitoshi Igarashi, estudioso de la literatura persa, fue apuñalado hasta la muerte; Ettore Capriolo, traductor al italiano, sobrevivió a otro apuñalamiento; al editor noruego del libro, William Nygaard, lo acribillaron a balazos aunque vivió para contarlo. En un repugnante alarde de cálculo dos cadenas de librerías, Waldenbooks y B. Dalton, retiraron la obra para, ejém, velar por la seguridad de sus empleados y clientes. Norman Mailer propuso comenzar toda lectura literaria con la lectura de las páginas críticas de «Los versos satánicos». «Una lectura repetida», dijo, «ya no es una locura sino una declaración de intenciones». Había que demostrar a los matarifes, no por espirituales menos nauseabundos, que en Occidente, tachado de corrupto, materialista y sacrílego, la gente también sabe morir por sus ideas, y muy especialmente por su libre circulación. La llama gélida del odio, el cáncer medieval impuesto por los acosadores y el aguarrás con el que pretendían quemar la libertad de expresión necesitan de un batallón de hombres emancipados.

En los 27 años transcurridos el mundo ha conocido el auge del avispero yihadista. No faltan voces, bajo el frac de una dudosa tolerancia, que abogan por el «no es esto, no es esto» orteguiano. Baste recordar que el pasado abril una treintena de escritores rechazaba la concesión del premio Toni and James C. Goodale a la Libertad de Expresión, que otorga el Pen Club, a Charlie Hebdo. Acusaban a la revista de fomentar la islamofobia, «prevalente en el mundo occidental» y de cebarse con los más débiles, «víctimas del legado colonial francés». Todo lo que usted siempre quiso saber y nunca se atrevió a preguntar sobre la hipocresía de aquellos que anteponen la delicada sensibilidad de los creyentes a la defensa de las víctimas, pasadas y futuras, del terrorismo, así como la desnortada incertidumbre de una izquierda que ha terminado por ejercer de abogada de la inquisición religiosa, puede encontrarlo en una carta firmada, entre otros, por Junot Díaz, Peter Carey, Rick Moody, Joyce Carol Oates y Wallace Shawn. Recomiendo leerla para entender mejor el guirigay mental de quienes no asumen que en democracia la ley común nos ampara y ante ella no caben derechos particulares o invernaderos estancos a la sátira, la réplica y la bendita y curativa risa. La lamentable pudibundez mostrada por unos intelectuales rehenes de un discurso que en última instancia ampara el totalitarismo nos recuerda hasta qué punto la democracia vive retada por el yugo fanático y, ay, su imprescindible corte de bufones. Me pregunto qué escribirán Díaz y el resto, esos a los que, con razón, tanto indigna el imbécil de Donald Trump, ante la enésima amenaza contra Rushdie. Indignados por los viejos estragos coloniales a ver si, para variar, muestran un poco de dignidad.