Literatura

Martín Prieto

Los ingrávidos

La Razón
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No recuerdo si a mi querido Vargas Llosa le escuché contar o le leí la historia de unos chamanes africanos que, reunidos bajo un baobab, decidieron como medida de progreso abolir la ley de la gravedad. No existe utopía más apetecible que contradecir al insociable e intratable Isaac Newton y procurar una existencia sin esfuerzo físico, concentrada exclusivamente en agradables tareas intelectuales. Aquellos brujos serían analfabetos pero sabios en el entendimiento de que el enemigo del hombre no era el colonialismo y su capitalismo depredador sino el desgaste universal y letal a que nos somete la gravedad. Desde mediados del siglo XIX, y con Ferdinand Lassalle como referente, la socialdemocracia entendió que la dictadura del proletariado resultaba contranatura y que lo correcto era integrar clases sociales y no avivar su lucha cainita. Hasta el eurocomunismo, no sólo el de Enrico Berlinguer, concluyó que había que integrar junto a los parias de la tierra cantados en la Internacional a las clases medias, los estudiantes, los intelectuales y los artistas, los trabajadores de cuello blanco, la burguesía productiva o las mujeres como proletariado del hombre. Don Manuel Azaña, vitoreado por las masas en una parada ferroviaria a los gritos de «¡Muera la burguesía!», sacó la cabeza por la ventanilla replicándoles iracundo: «¡Imbéciles. Yo soy un burgués!». Pero nunca entendimos al último Presidente republicano. Con gran discreción Javier Fernández y su gestora han iniciado el regreso partidario a la centralidad y la oposición «leal» o útil, gestando acuerdos con el PP sobre techo de gasto, déficit o salario mínimo, levantando ronchas en el hechicero Iglesias o el aspirante a Ave Fénix, Pedro Sánchez, el itinerante, cabezas visibles del club de los ingrávidos, cuya reacción publicitaria ha sido la denuncia de un pacto indecente y sedicente PP-PSOE con Ciudadanos como convidado de piedra. Lo menos malo que le puede ocurrir al PSOE es que cuaje el susanato frente a los irreductibles de la nada firmes en su «...cuando Susana Díaz llegue a Madrid traerá las maletas llenas con los ERE». No tienen otra, y lo de Patxi López como tapado de Sánchez sólo anida en la incomprensible ambición del vasco que tocó techo en la Presidencia del Congreso. Susana no es más que la eterna funcionaria de partido, corriendo el escalafón por antigüedad, pero conoce muy bien la casa y sus habitantes y tiene cintura para domeñarlos. O susanato o la división de los ingrávidos.