Paloma Pedrero
Los malos sentimientos
Un amigo se lamentaba ayer, muy dolorido, de las notas de su hijo. «Siento vergüenza», comentaba, «de que un niño tan inteligente suspenda casi todo, me hace sentir fracasado como padre». Yo le escuchaba perpleja, conozco a este hombre y sé que no puede hacer más por que su hijo estudie.
Le lleva a un buen colegio, se ofrece a hacer los deberes con él, se preocupa día a día por ese chaval díscolo y descentrado que, de momento, no da palo al agua. Yo le escuchaba y pensaba: ¿por qué se culpa de las notas del niño? ¿Por qué se arroga un sentimiento tan malo?
Pues eso, que parece que nos da placer cazar sentimientos pésimos allá donde los haya. Porque creo que aunque no podamos elegir los hechos de la vida, al menos todos, sí que podemos decidir la manera de vivirlos.
En eso consiste nuestra libertad. Sé de sobra que no es fácil practicar los buenos sentimientos con uno mismo, es tan difícil como practicarlos con los otros, pero, desde mi punto de vista, es el único camino que poseemos para tener una existencia feliz, o medio feliz, que ya es mucho. Es un juego muy creativo, además. Se trata de domar los pensamientos negros, esos que nos llenan la cabecita desde nuestra tierna infancia, que nos transmiten nuestros mayores con su cultura de la pena. Ese sufrir, ese dar pábulo a nuestra desdichada fiera interior, es el espejo que nos colocan desde el principio; hasta que un día te das cuenta, te haces consciente, de que sufrir en balde es una gilipollez.
Entonces te dedicas a aprender otro modo de pensar. Y desde ahí a sentir de otra manera. A sentir mucho mejor.
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