Cristina López Schlichting
Los más listos, los españoles
Ya podemos estar orgullosos de haber sido los únicos en no creernos las fantasías de los nuevos populismos. Ha picado Grecia, ha picado Gran Bretaña y acaba de picar la más poderosa de las naciones del mundo. ¿De veras cree alguien que un muro puede solucionar las gigantescas migraciones que la desigualdad está desatando en el mundo? ¿De veras es el momento de demonizar al otro, encerrarse en casa y resucitar el proteccionismo? ¿Acaso alguien puede parar internet o convencer a nuestros hijos de que dejen de viajar? Son ideas viejas las que han aupado a Donald Trump al poder. El aislacionismo, el orgullo excluyente, el miedo. Y es curioso que las comparten todos los populismos, desde Syriza hasta la alemana AFD. Por eso los primeros en felicitar a Trump han sido Le Pen o Nigel Farage.
El primer discurso del nuevo presidente norteamericano ha dado la vuelta a su estilo de campaña. Palabras como pacto o unidad nacional nos han sorprendido agradablemente. Pero no cabe olvidar que, en medio de una falta de programa sospechosa, Donald Trump ha prometido cosas que nos perjudicarían mucho a los europeos. Por ejemplo, acabar con el tratado de Libre Comercio del Atlántico (el mismo que quiere eliminar Pablo Iglesias); debilitar la OTAN o reducir el esfuerzo contra el cambio climático. El mundo está más interrelacionado que nunca y es ahora cuando se desempolva una propuesta doméstica, chata. Hacen falta nuevas propuestas, soluciones audaces, formas de colaborar, es inútil esconderse en un caparazón. Cada bombazo en Oriente Medio pone un emigrante en Europa; cada paso de una multinacional en Asia repercute en nuestros salarios. El mundo es mestizo, aunque no le guste a Trump.
En las últimas elecciones aquí, con el partido de Pablo Iglesias asomando los dientes, los españoles dijeron no al modelo griego, a las promesas de casa y empleo para todos sin explicar cómo, a la tentación de emponzoñar las relaciones con Bruselas, a las fantasías de Chavez. Quizá porque largas décadas de autarquía tras la guerra mundial nos han vacunado, nosotros sabemos mejor que nadie cómo era la España de los 60 y 70 y cómo es la de ahora. El futuro pasa por Bruselas, por las unidades transfronterizas, por el comercio internacional. Por eso Podemos perdió un millón de votos.
Sólo cabe esperar que los fuertes mecanismos institucionales americanos y el sentido común resitúen al nuevo presidente en el escenario del mundo global y ante sus responsabilidades militares y culturales. El discurso de los nuevos populismos es, sencillamente, mentira. Hoy no es posible hacerse rico sin contar con los mercados internacionales; cada minuto que se pierde en la lucha contra la pobreza mundial es un paso hacia emigraciones cada vez más violentas; los equilibrios internacionales exigen la mano tendida. Israel necesita apoyo, pero no por ello hay que restárselo a los países árabes. No sería bueno frenar la apertura de Cuba auspiciada por el Vaticano. Es una mezquindad arremeter contra Merkel por abrir los brazos a una oleada de personas desesperadas.
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