Política

Los modernuquis

La Razón
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Le tocó el turno a Mariano Rajoy. El emperador levantó el teléfono y dispuso que le pusieran con Hispania, o lo que queda de ella. Si hay algún mandatario que puede pervivir a Trump, es Rajoy. Si hay alguno que pueda aburrirlo, ése es también Rajoy. Sería difícil encontrar a dos personajes más antagónicos. Cuando el ruido y el silencio chocan se debe formar una galaxia rara. Digan lo que digan, están crucificados. La izquierda dirá que por qué el presidente español no le ha escupido en «streaming», y los liberales que ha sido tibio en la defensa del paso del tránsito de personas y de mercancías, conceptos que los modernuquis suelen confundir. El artículo de César Vidal en LA RAZÓN del pasado domingo y el reportaje de Jacobo García de ayer en «El país» sobre el muro, no al norte, sino al sur de México, en la frontera con Guatemala, eran en ese sentido una bofetada a la posverdad del otro lado de Trump.

Ayer mismo, los modernos por antonomasia, que es a lo que iba, porque no hay más modernidad que ser un guay de Ciudadanos, debatían con Inés Arrimadas a la cabeza, o eso leí, sobre la maternidad subrogada, que es el último problema que tiene España. Pocos duermen por las noches pensando en los vientres de alquiler. Mi madre, mis tías del pueblo, que han parido tantas veces que siempre se les escapa alguno de la memoria, los compañeros de trabajo, me asaltan por los pasillos para abordar el tema. Resulta que la maternidad subrogada es el último emblema del centro político una vez visto que la idea no convence ni a la derecha ni a la izquierda. Para eso está el centro. Para sentirse un vertedero de ideas que preocupan a Kike Sarasola, Ricky Martín y a algunos más como Javier Maroto. Hay asuntos que no deberían encajar en la repisa de las ideologías, sino en el casillero de la ética individual. ¿Se prestaría Arrimadas a prestar su vientre? ¿Estaría yo mismo dispuesto a recurrir a esta práctica? ¿O a abortar si fuese mujer? Importa un bledo que lo defiendan los guapos de C’s, los mediopensionistas del PP, los feos del PSOE, huérfanos hoy de belleza sin Pedro Sánchez, o los malos de Podemos. Politizar la ética es de los mayores crímenes cometidos desde la Revolución Francesa. Someter estos asuntos a banderines de partidos es denigrar la política y a las personas. Si se está contra el aborto y a favor de la maternidad subrogada, ¿a quién voto? O al revés. Además, quién puede fiarse de los que un día son laicos y otro aconfesionales, tan líquidos como un polo descongelado o un gin tonic con el hielo derretido. En fin. Quiero pensar lo que mis principios, si los tengo, consideren, sin que ello vaya unido a unas siglas o a una carita más o menos pija con la que identificarme.