Alfonso Ussía
Los nenúfares
Paseaba don Miguel de Unamuno en compañía de un edulcorado poeta por un bello jardín norteño. En el lago, unas enormes y abigarradas plantas flotantes. El poeta, atraído por su belleza, preguntó: –¿ Y estas plantas que flotan, cómo se llaman?–; Unamuno, seco, le respondió: –Se llaman nenúfares, eso que usted incluye en todos sus poemas–. Ay, los nenúfares, tan cursis y sencillos, amadísimos por Rubén Darío, que repartía su amor entre los nenúfares, los cisnes unánimes y las princesitas tristes. La melancolía también puede formar parte de la innecesariedad. Más aún, cuando no está justificada. Y algo de eso les está pasando a Messi y a Neymar. Que han caído en manos de la más desgarradora melancolía.
Los expertos en fútbol opinan que están tristes porque el entrenador no es bueno y la antigua armonía en el vestuario se ha tornado en una grotesca exposición de caras largas y miradas torvas. En el Amazonas y el Orinoco, en sus remansos, bajo los nenúfares nadan las pirañas. Manuel Vázquez Montalbán, un barcelonista exagerado, creía que el «Barça» representaba a la resistencia antifranquista. Otra cursilería. Y además, errada. Los Gobiernos de Franco ayudaron mucho al «Barça», y el Generalísimo recibió a sus Juntas Directivas con hospitalidad y frecuencia. Franco no era del Real Madrid, sino de Gento. Y se las tuvo tiesas con Bernabéu, que fue un cazurro liberal y empecinado. Franco se emocionó más con Zarra, con Campanal, con Escudero y con Gento que con Di Stéfano, Puskas, Kubala y Kocsis, que llegaron de tierras lejanas. El «Barça» de Kubala tuvo un problema. El Real Madrid de Di Stéfano, que era mejor. Y de ahí nació la melancolía en el joven Vázquez Montalbán.
Esa melancolía que actualmente se ha apoderado de los cuatro futbolistas más importantes del Fútbol Club Barcelona, a saber, Messi, el padre de Messi, Neymar y el padre de Neymar. Los entendidos buscan afanosamente las causas del bajo rendimiento, y ninguno apunta al motivo más sencillo, al enigma más fácil de descifrar. El Mundial de Brasil. Neymar y Messi están en otra cosa que a principios de la temporada. Cobran puntual y con larga generosidad de su club, pero sus ambiciones se reúnen en la albiceleste argentina y la «canarinha» brasileña disputando un partido sobre el césped de Maracaná.
Y me parecen muy saludables esas ambiciones, siempre que cumplan con la misma puntualidad y generosidad que cobran de su club, con sus obligaciones deportivas.
El público es blando, pero no tanto, y los aficionados intuyen que son excesivas las casualidades. De no disputarse este año el Mundial de Brasil, el «Barça» probablemente estaría el primero en la clasificación, su entrenador Martino pasearía sonriente por las Ramblas, el resto de los futbolistas perderían su sombra de melancolía y nadie pondría en tela de juicio la honradez deportiva y económica de las familias de los dos más agraciados. Por otra parte, un argentino y un brasileño siempre terminan chocando cuando hay celos de por medio, y Messi está celoso de Neymar porque, siendo bastante peor que él cobra bastante más dinero que él gracias a la gran sagacidad económica del padre de Neymar, que es bastante más listo que su padre.
Neymar, que no es mucho mejor que Tello y no supera a Pedro en ningún aspecto, es lo que se llama un fichaje de honor, una contratación desdichada para impedir que se incorporara a otro equipo, lo cual, gracias a Dios, no ha sucedido. Pero su falta de interés y su tristeza en el juego, como la melancolía porteña de Messi, son consecuencia del Mundial. No exponerse, no lesionarse, jugar a medio gas y cobrar todo lo que les pongan por delante. Eso tan sencillo, como los nenúfares.
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