Presidencia del Gobierno
Los niñatos
El Congreso se dividió ayer en dos partes de clara fotografía. De un lado, los hombres y las mujeres, unos más cabales que otros, y los niñatos y las niñatas, no por su edad, que ya empiezan a verse ridículos actuando como adolescentes, que sólo faltaban las risas enlatadas como en «The Big Bang Theory», sino por esa actitud de recreo en la facultad de los que aún no se han enterado de que el hecho de que estuvieran allí sentados es el resultado del respeto a las reglas, los símbolos y el protocolo moral de la democracia. No les voy a echar una regañina que para eso ya tienen al pitufo gruñón y porque al cabo no soy nadie para tamaña hazaña ética. Que hagan lo que quieran ¿Qué les podría trasladar un español cualquiera, como el que escribe estas líneas, más que la constatación de una vergüenza por no levantarse ante el Rey?
Todos somos hijos de nuestros padres. Una evidencia que pareciera una de esas frases antológicas de Rajoy. Pablo Iglesias también. Tiene la sangre azul de su familia revolucionaria. Yo mismo no estaría redactando este artículo sin el esfuerzo de los míos, nacidos en el año que terminaba la Guerra Civil, para pagar una educación que me hiciera una «persona de provecho». A Narváez padre le di el disgusto de ser periodista, profesión fulana, en lugar de abogado. Sólo por el recuerdo a esa generación de posguerra, a esa generación ya perdida, que sólo descansaba los domingos y no sabía lo que eran vacaciones pagadas, que no esperaba a que el Estado le pagara la factura de la luz y otras inclemencias del Estado del Bienestar, convertido en una guardería que ha de cuidar de zoquetes que pintan una realidad de llorar como de anuncio de la Lotería de Navidad. Sólo por eso merecía la pena levantarse del escaño. Por los que hicieron posible que ayer los niñatos se mandaran WhatsApp y subieran a Twitter sus ocurrencias de libro.
Seguro que los más necesitados de ustedes notarán hoy que su vida ha cambiado. Los problemas que hasta ayer les causaban pinchazos en el esternón han desaparecido. Basta con que unos no aplaudan y otros asaltacampos se pongan una camiseta con mensaje ramplón para que el paro baje, el empleo sea menos precario y la inquietud por las pensiones desaparezca. Por no mencionar a Donald Trump. Ya ni la vida rezuma la angustia de la muerte. El mago de Oz los lleva por el camino de baldosas amarillas hacia la gran mentira. Ay, hasta Judy Garland iba enfajada para que no se notaran sus pechos de adulta. Así acabó en los lavabos tras un cóctel de píldoras. Esa es la política virtual que se carga la Lomce. La mala educación y las faltas rufianescas. Luego desalojan a estos extras y llegan los políticos reales a decir cosas feas que a nadie gustan y, claro, se incendian las calles y levantan piras funerarias a las constituciones.
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