Pedro Alberto Cruz Sánchez
Los nombres de siempre
Más allá de los indicadores macroeconómicos que, en torno a la salud del mercado del arte se pueden extraer de la celebración de Art Basel Hong Kong, hay alguna conclusión en clave local, española, sobre la que no está de más abundar. Y es que, a parte de los clásicos Picasso y Miró, los artistas españoles que mejor cotizan en el panorama internacional son Plensa, Barceló y Sicilia. Lo sorprendente de esta breve lista es que es la misma de hace 10, 20 e incluso 30 años. No sólo no ha existido renovación, sino que se ha producido una mengua. A día de hoy, España es el país europeo que menos artistas aporta a los niveles más cotizados del arte contemporáneo internacional. De hecho, los Picasso, Miró, Barceló... no constituyen ya una representación de élite del arte español, sino más bien su propia caricatura, la imposibilidad de éste para escapar a unas cuantas tarjetas postales que definen sus más rancios estereotipos.
Si dejamos a Plensa aparte, Barceló y Sicilia son paradigmas de un arte obsoleto que no posee ningún carácter referencial entre los jóvenes y no tan jóvenes creadores. Es cierto que el arte español expresa síntomas de pragmatismo, miedo y falta de riesgo, pero de ahí a que el tándem Barceló/Sicilia capitalice su imagen al exterior hay una distancia abismal que, desde luego, no se puede asumir. Que Barceló siga siendo el «top end» de los artistas españoles más cotizados sólo se explica como consecuencia del triunfo de un coleccionismo rancio, de automatismos «vintage» y atrapado en una estética castiza convertida en maldición histórica. Y el hecho de que los nuevos coleccionistas no hayan sabido imponer otros modelos estéticos habla nada bien de una realidad artística como la nuestra, rayana en la esclerosis total.
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