Enrique Miguel Rodríguez

Los nuevos románticos

La Razón
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El artículo del jueves se titulaba «Romanticismo otoñal», pero debe ser por la caída de la hoja que vuelvo, cual Bécquer otoñal, a lo romántico. Parte de la culpa la tiene «¡Hola!», que nos ofrece en su portada a una de las grandes y además colaboradora estrella de la casa. Me refiero a Naty Abascal, ella habrá pensado «tantos reportajes para los demás, ahora me toca a mí» y, como si fuera un Juan Palomo femenino, se ha aplicado el «yo me lo guiso yo me lo como». Ella, acompañada de su hijo Luis, nos descubre su París, entre desfile y desfile de sus modistos preferidos. Como siempre, espléndida Abascal. Las visitas a los grandes museos, los restaurantes de nivelazo, los pequeños bistrot, los bares con clase donde tomarse una copa, charlar, ver y ser visto, las boutiques donde vestirse a la última o encontrar los complementos que realcen cualquier modelo, esas atelier donde el lujo y el gusto exquisito es norma de la casa... Puro romanticismo.

Ahora seguimos con el tema, pero éste es más pegado a la calle, más urbano, incluso más «choni». Cristina Pedroche, la voluptuosa presentadora, y David Muñoz, el laureado cocinero, se casan. Por cierto, cómo cambia todo y a qué velocidad, hace unos años llegaba una chica que destaca a su casa y decía «me caso con un cocinero» y la madre le contestaba: «Hija, ¿no has podido encontrar otra cosa?». Hoy esta profesión es de las Bellas Artes. Pero volvamos a las perlas que Cristina nos regala. Romanticismo clásico: «Yo empiezo a vivir cuando conozco a David, y cuando tenga que morir, espero que sea para que nos encontremos en la siguiente vida». Puro Larra. «El día de mi boda llevaremos unas zapatillas diseñadas por mí, los dos iguales, y en vaqueros. No quiero interpretar el papel de alguien que no soy». Romanticismo cervecero de Mario Vaquerizo. «Un beso, el primero de David. Una canción, la que David cantó cuando me pidió en matrimonio. Un momento, el último con David. Una comida, las croquetas de David. Una bebida, un cóctel que hace David». Esta parte corresponde al «Sirope» de Alejandro Sanz. Pero no crean que termina aquí, por mucho subidón de azúcar que padezcan. El gran momento es la pedida: el novio se arrodilla, estuche que abre del que saca sortija de brillantes, diseñada por él mismo. Le pide que se case con él, ella se pone a llorar, a lo Belén Esteban. En ese momento se produce el nuevo romanticismo gastronómico: David se pone a freírle a su amor unas croquetas, de las de tomarse un par de docenas, mientras las lágrimas vuelven de nuevo. Estoy seguro de que cuando terminan de hacer el amor, esta pareja, en vez del clásico cigarrillo, se toma media de croquetas. ¿Son o no son los nuevos románticos?

Hoy todo el mundo diseña. Pedroche, zapatillas para bodas. Su novio David, sortijas de pedida, aparte de las ya reiteradamente mencionadas croquetas. Esta semana vemos al galán ya otoñal Antonio Banderas, empleando su tiempo entre costuras. Ya saben que está en Londres estudiando en la mejor academia del mundo. Lo de academia me suena a las de cante y baile como las de Realito, Adelita Domingo o Matilde Coral. Nos cuenta el malagueño que en sus primeras colecciones quiere recuperar las capas para los hombres. Ya me imagino los «capazos» que nos quedan por ver, sobre todo en zonas como Chueca, Alameda de Hércules o las Ramblas de Barcelona, eso sí, éstas con la bandera estelada. Tendrá que comprobar el actor si en España sigue vigente la pragmática de Carlos III, que prohibía el uso de tal prenda. Pero no crean que vemos sólo a Banderas en las revistas de esta semana en plan estudiante del diseño. Gloria Camila Ortega también está en la misma labor, y la novia de su padre, Ana María Aldón, se encuentra en la misma academia. No en la de Londres, en otra de menos plan, que diría Rocío Jurado. Ya saben, el diseño les llama. Raquel Mosquera nos presenta a su hijo, fruto de su pasión por un fornido guineano. Ella comenta que el bebé ha nacido muy clarito, pero que ya oscurecerá, como si la criatura fuese un paño de cocina. Remata la faena, con frase antológica. Si la oscuridad no viene al niño, la madre lo pinta, usará ese Tintalux intenso que algunos y algunas se colocan en el pelo. Ya ven, romanticismo maternal.