Constitución
Los nuevos viejos
Los dirigentes de los nuevos partidos llegaron a la política tratando de convencer de que representaban una nueva manera de hacer las cosas. Frente a las viejas maneras, aparecieron apropiándose del sello que garantizaba aire fresco en un sistema anquilosado y con demasiados vicios.
Sin embargo, no ha hecho falta mucho tiempo para que, poco a poco, su discurso se haga el harakiri para dejar ver lo que hay detrás. En realidad, se trata de la búsqueda de poder y el uso de las estructuras partidistas como un mero instrumento para llegar a alcanzarlo.
Sólo en esa clave es legible la decisión de Ciudadanos de prohibir las voces críticas con el líder. Se han dotado de unas normas de funcionamiento con las que podrán inhabilitar, e incluso expulsar, a todo aquel que emita públicamente opiniones discrepantes con la dirección.
No es precisamente lo que se espera de aquellos que se envuelven en la Constitución y en la democracia. De hecho, lo que indica la Carta Magna es que las estructuras partidistas, y su propio funcionamiento, deben atender a los principios democráticos que inspiran el sistema.
El Sr. Albert Rivera ha tocado con la punta de los dedos los ámbitos de decisión, ha sido adulado por grandes grupos económicos y ha ocupado las portadas de los principales medios de comunicación, y no está dispuesto a que venga cualquiera a ocupar su sillón. Ése es el problema, que considera que es su sillón, se trata de un proyecto personal desde el principio y el partido es un instrumento útil para todo eso.
Algo parecido le ocurre a Podemos. El Sr. Pablo Iglesias está empleándose a fondo, con destituciones incluidas, para no perder el control del partido en favor del que ya es su adversario interno, el Sr. Íñigo Errejón. Tan parecida es la situación a la de Ciudadanos que el propio Sr. Iglesias ha exigido la disolución de las corrientes de Podemos y el apoyo unánime a su liderazgo.
Por su lado, el Sr. Errejón reivindica en todos los foros a su alcance el derecho a discrepar, pero la realidad es que sus ideas están siendo laminadas por la gran coalición entre los seguidores del Sr. Iglesias y la Izquierda Anticapitalista.
El Sr. Iglesias, dos veranos después del fenómeno 15-M, tomó una decisión que relata muy bien el documental del Sr. Fernando León de Aranoa, cuando confiesa a su entonces pareja, la Sra. Tania Sánchez, que «lo va a intentar».
La forma de entender la sociedad, e incluso la propia organización podemita, es más bien de los años treinta del siglo pasado. La «izquierda emergente» ha resultado tener el gen de la escuela de la economía planificada y el estalinismo autoritario, ya ha avisado el Sr. Iglesias al Sr. Errejón de que si sus ideas pierden debería irse.
El origen de Ciudadanos y de Podemos es idéntico, dos proyectos personales que se cobijan en un partido político.
El bálsamo de Fierabrás que necesita la política española no es la mediocridad disfrazada de falsos hiperliderazgos. La izquierda necesita afianzar sus bases ideológicas de redistribución de la riqueza y no asumir el pensamiento único económico, el capital financiero ha mostrado la cara más cruel del sistema, pero creer que la mera intervención del Estado soluciona los problemas es una visión naif e infantil.
Una visión moderna del papel de la izquierda debería centrarse en la subsanación de los fallos del Estado, la buena gobernanza de las instituciones y el empoderamiento de la política como muro de contención al poder financiero y económico en la sociedad.
Noventa de cada 100 euros de crecimiento económico acaban en el bolsillo del 1% de la población, esto y la eficiencia del Estado como reparador de los fallos del mercado es el encargo social que tiene la izquierda política.
Los falsos profetas de la política quedaban bien en «La vida de Brian», pero empañan el futuro de los jóvenes españoles.
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