Enrique López
Los partidos políticos
Podemos convenir que la Democracia, o algo parecido a la actual comenzó en Atenas en el siglo V a. C., la cual, era una democracia tan directa como raquítica en su cuerpo electoral, puesto que sólo los varones adultos que fuesen ciudadanos y atenienses tenían derecho a votar, excluyendo a la mayoría de la población. Constituía una democracia donde no había partidos políticos, no había propiamente un gobierno, y tampoco una oposición; bien es cierto que sus grandes representantes, Pericles o Clístenes, formaron a su alrededor algo similar, apodados partidos democrático y popular; pero en el fondo, era más una aristocracia que una democracia, puesto que la asamblea era una reunión pública en la que todo el mundo se conocía, y no olvidemos que tenían a los esclavos para desarrollar los trabajos diarios. Defender hoy en día democracias directas desde un partido político es una especie de oxímoron, el partido de la democracia directa, puesto que lo uno y lo otro supone una contradicción, salvo que la búsqueda de la democracia directa sea una excusa para pretender el poder absoluto del partido, lo cual se conoce como totalitarismo, algo tristemente actualizado en Venezuela. El art. 6 de la Constitución nos dice que los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular, y son instrumento fundamental para la participación política. En una sociedad como la actual, y sobre todo en grandes comunidades como lo es nuestra Nación, es imposible entender la democracia sin partidos políticos, y ello a pesar de las debilidades y errores de las personas que transitoriamente los puedan dirigir. Los partidos políticos son instituciones jurídico-políticas que se constituyen en elementos de comunicación entre lo social y lo jurídico, y sobre todo haciendo posible la integración entre gobernantes y gobernados, y por ello no pueden perder su base asociativa, plenamente compatible y necesitada de un aparato jerárquico en el propio partido, y siempre respetando lo que también dice la Constitución –su estructura y funcionamiento internos deben ser democráticos–, suponiendo en definitiva y necesariamente el sometimiento a las reglas y procedimientos previstos en sus estatutos. Un sistema democrático es más estable cuanto más lo son los principales partidos políticos sobre los que se asienta, y esta estabilidad se convierte en algo necesario, no sólo para el partido, sino para el propio sistema. Una democracia no puede quedar al albur de permanentes apariciones de nuevos partidos políticos o a la mutación de los tradicionales, sin perjuicio de que esto pueda darse en ocasiones; pero estos cambios, para ser beneficiosos se deben integrar cuanto antes al bloque de la democracia, porque de lo contrario la inestabilidad del sistema sería la regla general. En la inmensa mayoría de las democracias actuales concurren dos principales partidos con la existencia de algunos otros de menor tamaño representativo, y que juegan en momentos puntuales papeles trascendentales, pero todos deben tener en cuenta su principal función: la formación y manifestación de la voluntad popular, pero nunca su sustitución. Los partidos deben ser plenamente respetuosos y coherentes con la sociedad a la que sirven.
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