Alfonso Merlos

Los renegones

Así son ellos. Especialistas en dar la lata, fastidiar, murmurar, quejarse, gruñir. Son esos señores de la izquierda más chillona y de parvulario que conforman el club de los renegones. Y han quedado como Cagancho en Almagro. Porque es difícil hacer más el ridículo cuando no hay la menor necesidad de liarla o exhibir la inmadurez y la inoportunidad. Pero ellos son así.

Evidentemente. Era un puro dislate pensar hace una semana que lo relevante no era si el Rey era operado con éxito o no, sino si la intervención se practicaba en un centro clínico público o privado. (¿Se puede ser más sectario?). Obviamente. Era de una hipocresía tremebunda denunciar la entrada del Jefe de Estado en la Quirón, porque la izquierda la habría montado todavía más gorda y habría vociferado con mayor energía y decibelios de haberse dado el ingreso en la sanidad de todos. Imaginen: «¡Se ha saltado las listas de espera!», o «¡A éste sí le tratarán como Dios manda, con la calidad que no tenemos los españoles de infantería!».

Ya lo decía el sabio Julián Marías. Pocos ejercicios pueden resultar más tristes que el de intentar dar satisfacción a quienes de antemano han decidido que jamás se darán por satisfechos. Y esto es exactamente lo que les ocurre a las estridentes voces que dentro del PSOE o Izquierda Unida ahora leen que Cabanela no ha cobrado un duro por ayudar al monarca: lo ha hecho por su sentido del deber, su patriotismo y su probado fondo humano.

¡Qué se le va a hacer! Ha sido un chasco para esta cofradía de renegones. Pero ellos son incombustibles. Y el próximo objetivo está aquí ya: la murga y la brasa de la Tercera República. Al tiempo.