Alfonso Merlos

Los sueños, sueños son

No hay manera. No hay peor ciego que el que no quiere ver o peor sordo que el que no quiere escuchar. Y las señales que llegan de la Unión Europea son extraordinariamente visibles y potentísimamente sonoras. ¡Clamorosas! Por dos razones: primera, porque la ley es la ley y está precisamente para ser observada, respetada, aplicada; segunda, porque no hay una alta institución española, comunitaria o global que no se esté percatando del delirio colectivo en el que un puñado de politicastros de medio pelo han metido a los cultos habitantes de una región hermosísima pero malograda por estos mequetrefes. ¡Qué desgracia!

Hasta tal punto está llegando la propaganda, la mentira, el lavado de cerebro, la persuasión más burda, la publicidad más cateta que cada día son más, por desgracia, los catalanes que creen en lo imposible. O sea, en un fantasmal Estado independiente que sería acogido con los brazos abiertos en Bruselas, en una entidad paria nacida de la bronca que podría tratar de tú a tú a Francia a Alemania o a Italia. ¡¿Se puede estar más tarado?!

España tiene ahora un doble desafío. No sólo desmontar las falsedades que el separatismo esparce a granel y que terminan cristalizando en la opinión pública. En paralelo, mostrar con vehemencia a siete millones de compatriotas que fuera de la unidad nacional no hay salvación; que al otro lado está el gamberrismo, el vacío, el más absoluto aislamiento.

Animemos a los nacionalistas más rancios a que pongan los pies en el suelo, a que bajen de su nube. Y ayudémosles a reflexionar parafraseando a Calderón de la Barca: ¿qué es la independencia? Una ilusión, una sombra, una ficción. Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.