Toros

Enrique López

Los toros del fútbol

La Razón
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Que Ortega era un apasionado del tema taurino a nadie le cabe duda, y ello, porque considera que la que él denominada «fiesta nacional» estaba profundamente enraizada en nuestra cultura popular: «Ningún aspecto de la vida española me es desconocido ni me fue indiferente», decía el propio Ortega; pero es que además, el filósofo pensaba que la tauromaquia resumía la idiosincrasia del pueblo español y el mismo decía que el toro no es «una fiera» a la que se caza, sino «un compañero, que está ahí para medirse con él», concluyendo que «gracias a las corridas, existe hoy la especie toro». En alguna ocasión, he manifestado que, si el pensador hubiera conocido el fútbol en su versión actual, hubiera dicho lo mismo de este deporte-espectáculo, fenómeno que, a diferencia de la tauromaquia, tiene una naturaleza global, pero que en España se reviste de unos especiales tintes que merece la pena analizar. En el fútbol español se da el mismo pecado que en la vida en general, existe el mismo grado de envidia que en cualquier otra actividad y que en cualquier otro país, pero en España carecemos de la suficiente hipocresía como para disimularla. Por otro lado, también concurre otro fenómeno de la vida cotidiana, el que destaca, sino es periférico o portador de algún impostado o ensoñado valor con cierta evanescencia popular, genera el todos contra uno, hasta el punto de que se desea que el ganador sea un extranjero. Algo similar ocurría con los toreros: el que se consideraba el mejor durante unos años pasaba a ser considerado un enemigo a batir y no un ejemplo a seguir por el resto. Esto lo hemos visto trasladado a los premios Goya del cine. Si un director dirige una película que gana más de siete u ocho estatuillas, ya nunca volverá a ganar nada. Pero, al margen de estas casi frivolidades, lo más grave de nuestro fútbol es la actitud de algunos de sus protagonistas, los cuales, utilizando su dimensión mediática a través de los micrófonos o las redes sociales, lanzan soflamas previas a los partidos de máxima rivalidad con el fin de llevar a cabo eso que se denomina «calentar el partido». Por lo general, mediante descalificaciones previas, exaltación de valores propios y desprestigio del adversario. Semejante ejercicio de su especial dialéctica supone una grave irresponsabilidad, puesto que no tienen en cuenta que, mientras que sus expresiones tienen un fin y un límite y saben hasta dónde pueden llegar, de forma más o menos consciente están prendiendo la mecha de sentimientos en la masa de los aficionados que pueden provocar reacciones desmedidas y sin control, puesto que el individuo inmerso en la masa puede perder su autocontrol y dejarse llevar por reacciones indisciplinadas, que, por lo general, pueden provocar situaciones de violencia de consecuencias imprevisibles. Cuando la vida te da un don como es jugar muy bien al fútbol y, por mor de ello, uno se convierte en un ídolo para la masa, se debe ser consciente de la tremenda influencia que se tiene sobre las aficiones, lo que obliga a ser responsable y sobre todo sensato.