Elecciones en Estados Unidos
Lunático
Irrumpió como la bola de fuego de Jerry Lee Lewis. Llegaba bendecido por Neil Young, Noam Chomski, Steve Wozniak (creador de la computadora Apple), Naomi Klein, Danny DeVito, Viggo Mortensen, Lucinda Willams y otros. Habló en nombre de los caídos en 2008. Con sus modales de clérigo laico y su currículum limpio de purulencias iba a fustigar la tutela de Wall Street y la imposibilidad de concurrir a unas elecciones si careces de una fortuna colosal. Hizo bien en discutir los fundamentos del sistema sanitario, rapaz, abracadabrante, pero equivocó las coordenadas del mapa. Creyó que el norte era el sur y que EE UU aspiraba a ser Suecia. Con semejante despiste pueden imaginar el resto. Sus partidarios dicen que ya era hora de que alguien removiera asuntos vetados en Washington, de la baja por enfermedad, que no existe, a la ruina de las infraestructuras, que se caen a pedazos. Sus detractores le acusan de haber vapuleado a Hillary Clinton, romper el partido, exhibir unos modales faraónicos, disparatar con una panoplia de ideas infectadas de sentimentalismo y, al cabo, de hacerle el juego a Trump, el candidato distópico al que el propio Paul Ryan, presidente del Congreso y primero en la nomenclatura republicana, le ha llamado racista. La victoria de la ex primera dama en California descabella su aventura, pero Sanders, erre que erre, dice que sigue. Durante su alocución en Santa Mónica prometió tralla mientras la gente coreaba su nombre. Hay algo romántico, casi adolescente, quijotesco incluso, en su negativa a reconocer los números, pero alguien tendría que recordarle que Alonso Quijano estaba loco. Que confundía a Aldonza Lorenzo con Grace Kelly y etc. Inflexible, ¿mejor ciego?, su mesianismo y su testarudez engordaron a medida que coleccionaba derrotas. Lejos de seguir el ejemplo de su némesis, que en 2008, separada por menos votos y delegados de Obama, asumió el revolcón y se retiró, disfruta satanizando el establishment demócrata con un discurso cada día menos sutil. El riesgo de tanta hoguera es que le va ser muy difícil apearse. ¿Cómo firmas la paz con quienes breas a diario? ¿Cómo le pides a los tuyos que apoyen al candidato electo si tu deporte favorito pasa por la demolición incontrolada y la arrasadora piromanía de un bombero torero? El discurso del odio, la parla rabiosa, que al principio parecía refrescante (a mí no, conste) ha mutado en un tren loco, que avanza ya con la inercia de un tsunami. Al igual que sucede en los maremotos, el muro de agua, letal, crecerá en altura cuando arribe a la playa y engullirá peatones, coches y edificios. «La mañana del miércoles todos los ojos estaban en Sanders», escriben Michael Barbaro y Yamiche Alcindor en el New York Times, «¿Sería generoso o petulante? ¿Asumiría que debía renunciar o seguiría peleando?». Su respuesta, mediocre y violenta, era la única posible. El fanático antepone su delirio a todo, incluido el bien común y, por supuesto, la higiene mental. Si la realidad contradice tus dislates, bah, al diablo con ella.
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