Julián Redondo
Madrid 2020
Si fuera por las encuestas de apoyo popular que el COE y el CIO han efectuado en España, Madrid sería sede olímpica en 2020. También por la modestia de la inversión, y por el clima, el respeto al medio ambiente, las infraestructuras, el transporte, la seriedad del proyecto, la calidad del dossier y los hoteles. Si fuera por los trabajos, diplomáticos y menos diplomáticos, que el CIO ha encargado a Alejandro Blanco y éste ha culminado con éxito, el 7 de septiembre Jacques Rogge pronunciaría en Buenos Aires el nombre de Madrid como Juan Antonio Samaranch cantó en Lausana, el inolvidable e histórico 17 de octubre de 1986, el de Barcelona. Si fuera porque la economía española ahora produce más confianza que miedo en el exterior, y porque no se ha recurrido al temido rescate, Madrid 2020 sería una realidad y no un sueño, con permiso de la Comisión de Evaluación, que está llamando a la puerta. Son tantos los argumentos favorables a la candidatura madrileña que resulta difícil imaginar que Tokio y Estambul, por este orden, tienen posibilidades. Y, sin embargo, haberlas haylas, como las meigas. El «Around the Rings» y el «Inside the Games», «biblias» estadounidense e inglesa, respectivamente, del olimpismo, se hacen eco con irritante y lógica regularidad de esa otra realidad española que empaña cualquier proyecto más allá de la crisis. Bárcenas, corruptelas, Nóos, huelgas, precisamente como la del metro madrileño en el día D, o Palaus invaden el espacio de los sueños y sólo provocan pesadillas. Una lástima. Y una amenaza latente.
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