Ely del Valle
Manada
De un tiempo a esta parte se están multiplicando las noticias de todo tipo que tienen como común denominador la violencia en grupo: la de los animales que gustaban de violar mujeres en las fiestas populares; la de los hinchas polacos para los que darse de leches con la policía forma parte de la diversión; la de los linchadores de guardias civiles; la de los energúmenos acosando a un ex presidente del Gobierno... Es el adocenamiento llevado a su peor extremo, la masa fermentada con la levadura de un discurso en el que la violencia es una opción cuando alguien no hace lo que uno quiere. Si algo están consiguiendo los populismos políticos, deportivos y mediáticos es que los rivales se conviertan en enemigos. Cuantos más delitos de odio denuncian, más odio provocan; cuanto más predican la igualdad, más intolerantes son. Y para ello utilizan al rebaño, la valentía del cobarde que necesita fundirse con la turba para dejar de ser nadie por una vez en su vida. Uno a uno se descomponen, pero en grupo vociferan disfrazados con la careta de dos señores que estoy segura de que más de la mitad de ellos –y estoy siendo generosa– no tienen ni idea de quiénes eran. Lo que sí sabemos todos es quiénes son los que les inspiran. Muchos de ellos están donde querían estar, que es donde los hemos colocado. Estos no se esconden, al revés: jalean a la manada retorciendo los argumentos que fundamentan la democracia.
Los derechos que se están vulnerando en este país no son los que ellos denuncian; son los de las mujeres violadas, los de los policías pateados, los de los que tienen que salir por piernas acosados por un puñado de hijos de la LOGSE. Decía Tagore que es muy difícil dirigir a la gente pero muy fácil empujarla, y eso lo saben perfectamente quienes tocan la lira mientras sus huestes queman Roma.
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