Campaña electoral

Mancebpcracia

La Razón
La RazónLa Razón

En lo de arrimar el ascua a la propia sardina por peregrino que resulte el argumento en España no tenemos rival. Ahora va a resultar que el incontestable triunfo de Emmanuel Macron en las presidenciales francesas se debe en gran medida –va a ser el presidente más joven en la historia de la república francesa– a su exultante juventud. Y como ya hemos tenido oportunidad de escuchar a algún avezado analista e incluso a algún político de nuevo cuño, a los que llevan los demonios cuanto cada mañana se descubren frente al espejo una nueva cana en las patillas convendría poner, para que nadie se venga arriba, algunas cosas en su justo sitio. Se ha hablado mucho por ejemplo acerca de las similitudes entre Macron y Albert Rivera, ya saben, el líder de Ciudadanos al que las encuestas daban un 24%, creciendo y sin techo ante los comicios generales de diciembre de 2015, pero que en una nefasta campaña nos brindó perlas como la de excluir a los políticos mayores de 40 años de la regeneración democrática. La verdad es que Rivera y el próximo presidente de Francia tienen en común lo justo; cuando Macron se hacía rico allá por 2008 gestionando exitosamente la venta de una filial de Pfizer a Nestlé habiendo destacado antes en la banca Rothschild, Rivera daba sus primeros pasos en política tras una discreta etapa como empleado de la Caixa, eso sí, los dos son políticos insultantemente jóvenes, pero eso es todo.

Para centrar el asunto y evitar malos ratos a quienes en la política, el periodismo y otros ámbitos de la vida no llevan bien del todo lo de acumular años y consiguiente experiencia conviene recordar que todavía está por demostrarse que los electores busquen una determinada imagen de tierna frescura y juventud en quienes señalan para pilotar los designios de la gestión política. Tal vez sería más acertado hablar de elección de unos u otros perfiles según las exigencias de un determinado contexto político y social más allá de la fecha de nacimiento.

Lo de ser novato, inexperto o bisoño es un inconveniente que cura el tiempo y no precisamente a costa de transformarse en vejestorio o carcamal. Sería bueno preguntar a los ciegos defensores de la verde ternura si manifiestan las mismas preferencias a la hora de contemplar la experiencia del cirujano al que se encomiendan en la mesa de operaciones o las horas de vuelo del piloto del Airbus en el que viajan. Felipe González llegó muy joven a la Moncloa, como el propio Suárez, Aznar y más recientemente Rodríguez Zapatero. Todos ellos –especialmente este último– acabaron por reconocer que ese momento en el que la experiencia acumulada les brindaba mayores posibilidades de servir a su país se encontraba más en su marcha que en su llegada. Ahora lo que toca, eso sí, es proyectarse en las similitudes con el joven y triunfante Macron y aquí el presidente español, claro está, es demasiado viejo. En política, como en el cerdo, todo es susceptible de ser aprovechado. Hasta las canas.