Julián Redondo
Manías persecutorias
La presión en el fútbol profesional es un factor añadido, en algunas ocasiones indescifrable y en otras, recurso de mal perdedor. Tratar de influir sobre los árbitros no es deportivo, pero se les sitúa por norma en el punto de mira dentro y fuera de los terrenos de juego. Arbeloa afirma, y no le falta razón, que en los últimos catorce partidos que el Madrid ha jugado contra el Atlético, a los rojiblancos sólo les han expulsado a un jugador. ¿Y? En guardia para el sábado. Y los jugadores del Atleti, como los del Barça, que es costumbre que implantó Guardiola y ya está extendida cual epidemia indeseable, tardan minutos musicales en rodear al trencilla y protestarle si no están conformes con su decisión. Intimidación fuera y dentro; recaditos y voces.
Cuando cuesta sacar adelante un partido, los resultados se ajustan, las lesiones mellan al equipo y titubea la seguridad de ganar con la gorra, cualquier excusa es ideal para justificar lo que no se ha hecho bien y lo que puede salir mal. Los clubes, grandes y chicos, de la mano de la LFP persiguen el mercado asiático porque es un caladero excelente para vender camisetas y cobrar millones por los derechos de televisión. Ni el contable ni el tesorero protestan, pero los profesionales ponen el grito en el cielo cada vez que el horario de Asia, léase un sábado a las cuatro de la tarde después de haber jugado el miércoles a las nueve de la noche, reduce, no ya sus jornadas de descanso, sus horas.
Cuando la clasificación se aprieta, las manías persecutorias se multiplican por todos lados. Hasta que alguien pone pies en pared, como Hacienda, que le ha dicho a Bartomeu que de persecuciones políticas, nada. Está feo hacerse la víctima después de reconocer el timo de la estampita.
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