Alfonso Ussía
«Martxoak 5 Belodromo»
Le aguardan a Arnaldo Otegui vítores y clamores en la recuperación de su libertad. Ha cumplido con la pena impuesta como todo preso común. Irán los feos de siempre y los feos de ahora, morados y barretinos. Y el homenaje se celebrará en el Velódromo de Anoeta el 5 de marzo. «Martxoak 5 BELODROMO ra». El «ra» final es probablemente una clara incitación al grito «¡Ra, ra, ra!», con su mensaje animoso.
El vascuence, que es como se dice y escribe en español el viejo idioma de los vascos, ha necesitado del «batúa» para sobrevivir. El «batúa» es un vascuence españolizado que ha reunido, con el español, a los siete dialectos vascongados. El vizcaíno, el alavés, el guipuzcoano, el roncalés, el benavarro, el suletino y el laburtano. Fueron dialectos ágrafos, y se multiplicaban en subdialectos a causa de los accidentes naturales. Una montaña detenía el idioma y de valle a valle dificultaba su comprensión. De tal modo, que un «cashero» de Igueldo y otro de Hernani, separados por cinco kilómetros, hablaban con voces diferentes, y un pescador de Bermeo se entendía mejor con otro de San Sebastián que con un urbanita de Bilbao, porque la mar no interrumpía el lenguaje. Fue el padre Larramendi el gran compilador del vascuence, y posteriormente el también sacerdote de Durango Pablo Pedro de Astarloa, que de leer el «Martxoak 5» de los batasunos le hubiera sobrevenido un síncope cultural.
El vascuence, en cualquiera de sus dialectos, era un idioma de mar, aldea, valle y bosque. Habla de pastores. Expresiones concisas y directas. Lo de «martxoak» para Marzo y «abustuá» para agosto es influencia del español. Enero era «urtarillá», el mes de las aguas; febrero, «otsaillá», el mes de los lobos; marzo, «epaillá» el mes de la poda; abril, «jorraillá», el mes del escardio; mayo, «orrillá», el mes de las hojas; junio, «baguillá» el mes de las habas; julio, «usaillá», el mes de la abundancia; agosto, «agorrillá», el mes de la sequía; septiembre, «irraillá», el mes de los helechos; octubre, «urrillá», el mes de la escasez; noviembre, «acillá» el mes de las simientes; y diciembre, «lotasillá», el mes de la detención, de los bosques detenidos. Parece «sioux» pero es bellísimo ese calendario antiguo vascongado establecido por sus sabios. Lo de «martxoak» es como para miccionar y no echar gota. Y lo de «belodromo» es más justificable por cuanto en tiempos del padre Larramendi S.J, autor del Diccionario Trilingüe, fallecido en 1766, no existían velódromos ni bicicletas.
Los vascos eran trabajadores, cumplidores, alegres y pacíficos. Su único temor venía de los vascongados más puros, los navarros, algo más altaneros. Y amaban su tierra como se quiere a una madre o una mujer. Se trata de un pueblo magnífico, que turbó su arraigada españolidad en el entresiglos del XIX al XX por las nada sutiles majaderías de un precursor del nazismo, Sabino Arana Goiri, fundador del «bizcaitarrismo», arrepentido en sus días finales y simiente del separatismo vasco, que alentado por el comunismo y permitido por la burguesía nacionalista degeneró en un movimiento terrorista brutal e inmisericorde, al que han pertenecido también muchos «maquetos», el término peyorativo que se da a los vascos descendientes de emigrantes de otras regiones de España.
La ETA ha sido –y lo es todavía disfrazada en las instituciones–, el cáncer del alma vasca. Y Otegui, al que se va a recibir como a un héroe en el velódromo de Anoeta, fue durante más de un decenio el jefe de la banda del terror. Los que se reúnan en Anoeta para homenajearlo saben que lo hacen a un personaje señalado con la sangre de casi mil inocentes. Sangre derramada que ellos no lamentan, como tampoco la lloran destacados políticos comunistas y populistas. Pero ya, de recibirlo, que lo hagan en el bellísimo idioma de los vascos, ese que ignoran, ese que no han estudiado ni aprendido, ese que se vistió de esplendor a partir del siglo XVIII gracias a la sabiduría de los vascos que amaron apasionadamente a España.
Bien pensado, mejor que lo reciban en «batúa», y que lo hagan en un «belódromo», y si gustan, con chatos de vino y «pintxos» de «tortilla estatal», que es como llaman a la tortilla española. «Martxoak 5», la proclamación de la degeneración de una sociedad ejemplar que enfermó de odio –no toda–, por culpa de un imbécil.
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