Constitución

Matar al padre

La Razón
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Tienen no pocos elementos freudianos de «matar al padre» muchas de las no siempre bien argumentadas exigencias de reforma constitucional que venimos escuchando en el discurso de algunos dirigentes políticos. La Constitución cuyo 38º aniversario celebramos mañana, sin ser una perfecta obra de orfebrería, si llegó fruto de un amplísimo consenso que la habilitó como piedra angular de casi cuatro décadas de convivencia y libertades. Pero, como también en política se da el citado concepto freudiano, resulta que ahora la autoafirmación de dirigentes de nuevas o en algún caso no tan nuevas formaciones pasa por el borrón y cuenta nueva, dentro de un absurdo revisionismo a gran parte del legado de quienes hicieron la Transición.

Por poner algunas cosas en su sitio, y sin negar que la realidad social española hoy, muy distinta a la del año 78, sugiere una revisión de nuestra Carta Magna, sí deberá recordarse que, salvadas cuestiones como la sucesoria en el caso de la corona, el principal motivo por el que se plantea la reforma de la ley de leyes es el de una tensión territorial que en términos reales no ha sido motivo de preocupación para los ciudadanos de a pie y que más allá en lo que sí se ha venido convirtiendo es en un arma arrojadiza de la trifulca política cotidiana que se les ha escapado de las manos a los mismos que recurren a la exigencia de la reforma.

El sondeo que ayer mismo nos brindaba este periódico no puede ser más indicativo a la hora de marcar una posición mayoritariamente clara de la ciudadanía contra la modificación constitucional para que haya un referéndum de autodeterminación en Cataluña y contra la definición de esta comunidad como «nación». Pero también resulta significativo el porcentaje de jóvenes españoles que –Freud de nuevo– se manifiestan proclives a que se vuelva a votar algo ya sometido en su momento a referéndum y con amplio apoyo, dato que reabre el debate sobre la conveniencia de que una generación posterior ratifique o no legitimidades solo por el hecho de que, al establecerse estas, no habían nacido. Repárese sobre esto en el torticero argumento de nuestra izquierda radical tratando de deslegitimar la entrada de España en la OTAN a través de un referéndum que se celebró cuando «los actuales detractores no estaban allí para opinar dando su voto».

La Constitución puede y seguramente debe reformarse y la actual legislatura con un parlamento muy fraccionado no tiene por qué ser un inconveniente. Más al contrario, sería especialmente apreciable el fruto de un encaje de bolillos. Pero seamos realistas, aquí se trata a priori de casar elementos como las aspiraciones federalistas del PSOE, el derecho a la autodeterminación de territorios defendido por Podemos, la reforma del sistema electoral por la que aboga Ciudadanos o el blindaje del concierto vasco exigido por PNV, y todo ello bajo el mantra del freudiano «matar al padre político» de algunos revisionistas que ignoran que si su progenitor, al que tratan de enseñar, no sabe hacer hijos, eso supondría que ellos ni siquiera habrían nacido.