Alfredo Semprún
«Me llamarán dictador, pero a la Prensa le llegará su hora»
He transcrito en la cabecera el titular de la portada de ayer del diario caraqueño «El Nacional». Aunque no haría falta señalar al autor de la frase, les confirmo que se trata de Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela, en una freudiana expresión de deseos. Pero se equivoca. Lo que le llamarán es inepto. Porque al final del inevitable proceso hacia la dictadura venezolana, lo que se perfila es un «militar, por supuesto», con Maduro ejerciendo, todo lo más, de reina madre del socialismo bolivariano.
Por lo demás, el ocaso de la Prensa libre en Venezuela hace tiempo que se avecina y ya se lo hemos contado: el Gobierno, que controla el mercado de divisas, bloquea selectivamente las importaciones de papel. Sin bobinas con las que alimentar las rotativas, pronto ya no habrá más periódicos que los oficialistas. Dejarán, pues, de publicarse las enojosas noticias del turista alemán, un anciano de crucero por el Caribe, asesinado durante una escala en isla Margarita; del muchacho de 16 años muerto en un ajuste de cuentas en Caracas, de los cadáveres de las cuatro víctimas de un accidente de tránsito en Maracay, despojados por los saqueadores antes de que llegaran las asistencias; de la dirección de la «Toyota» anunciando a sus empleados el cierre de las plantas ensambladoras por falta de piezas, de los informes de las agencias de calificación otorgando a Venezuela, tras una dura pugna con Argentina y Bielorrusia, el dudoso honor de tener el «riesgo país» más elevado del mundo para los inversores; de la brutal represión de los estudiantes que se manifestaban contra la inseguridad ciudadana, de la caída imparable de las reservas de divisas, de la falta de insulina y anticoagulantes en los hospitales y las farmacias, de la corrupción endémica de los cuerpos policiales... Sí. Todas estas noticias, espurgadas ayer de los diarios «El Universal» y «El Nacional», dejarán de publicarse, pero no por ello cambiará la realidad. Luego habrá que bloquear internet –los chinos tienen unos programas muy eficaces–, barrer del espacio radioeléctrico las emisoras extranjeras –labor penosa, cara y poco agradecida–, impedir que los viajeros introduzcan publicaciones hostiles al régimen y, si me apuran, establecer controles a las comunicaciones electrónicas y teléfonicas privadas, porque ya se sabe que el mundo del rumor es proceloso e infinito.
El único consuelo es que, pese a la previsible asistencia técnica cubana e iraní, se trata de una labor que precisa dedicación, buenos profesionales e inversiones juiciosas, que son los tres elementos que menos abundan entre las filas del socialismo bolivariano. Y el panorama se ensombrece: el precio del barril de petróleo venezolano sigue bajando: está en los 95 dólares –frente a los 103 que se cotizaban en 2012–, y eso merced a las tormentas glaciales que ha sufrido en los últimos días Estados Unidos, que es su principal cliente, muy por delante de China.
Pero los norteamericanos, gracias a la extracción masiva del gas de esquisto, son cada vez menos dependientes de las importaciones de crudo y el invierno dura lo que tarda en llegar la primavera...
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