Enrique López
Memoria y realidad
Decía Marco Aurelio que «si te afliges por alguna causa externa, no es ella lo que te importuna, sino el juicio que tú haces de ella. Y borrar este juicio de ti depende». Éste, que es un consejo que se puede aplicar a cualquiera que sufre cualquier problema que le tenga sumido en el más profundo de los dolores, nos viene a recordar que muchas veces la posibilidad de superación de una situación complicada se encuentra en uno mismo. Este consejo también puede ser aplicable a un grupo social, a la sociedad, en definitiva a una nación. En el mismo orden de cosas, quiero traer a colación el famoso discurso de Abraham Lincoln pronunciado en Gettysburg en la Dedicatoria del Cementerio Nacional de los Soldados en la ciudad, el 19 de noviembre de 1863, cuatro meses y medio después de la Batalla de Gettysburg. Ha sido considerado como uno de los más grandes discursos en la historia de la humanidad, y de este discurso de menos de 300 palabras, me gustaría poner énfasis en las siguiente pasaje: «Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros. Que de estos muertos a los que honramos tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron hasta la última medida colmada de celo». Nuestro proceso de transición política puso fin a un gran enfrentamiento entre los españoles, superando viejos enfrentamientos ideológicos, forjando las bases de una España próspera y, sobre todo, con una fuerte institucionalidad. Hoy algunos consideran que este proceso ha fracasado y debemos abrir otro. En medio de este debate se cuestiona la Constitución, las principales instituciones de nuestro Estado, en definitiva todo el proceso en sí mismo. Parafraseando al Lincoln, somos los vivos los que debemos proseguir la causa por la que muchos españoles han dado su última medida colmada de celo y no podemos olvidar la labor desarrolla por los constituyentes, por el presidente Adolfo Suarez y, sobre todo, por nuestro Rey, auténtico protagonista de este proceso. Esto no se nos debe olvidar y, en vez de cuestionar las instituciones básicas de nuestra Nación, como la Corona, lo que debemos es recordar nuestra reciente historia y reivindicar al gran patrimonio personal que adquirieron los protagonistas de la transición. Conviene además que a las generaciones que no pudieron vivir estos momentos se les haga patente la importancia del mismo, y no cuestionarlo pretextando que estas generaciones no participaron en su conformación. Esto supondría como condenarnos a abrir un proceso transitorio-constituyente cada treinta años. España no es un Estado fallido, es una Nación con problemas, en este momento muchos problemas, pero también recordemos la frase de Marco Aurelio. Nuestra nación debe superar este momento de profunda depresión, no sólo económica. De los errores hay que salir fortalecidos, se deben analizar y superar, pero no caer en una irresponsable indolencia que nos haga asumir el fracaso sin más, forzándonos a abrir un nuevo proceso. El que lo propone está obligado a explicar por qué cuestiona más de treinta años de nuestra historia, sus logros, su progreso y sobre todo el grado de desarrollo adquirido. Algunos dicen que no están a gusto en la Constitución y que como consecuencia de ello debe ser reformada para darles cabida. Pero esto no se puede hacer sobre la base de cuestionar la legitimidad del pacto constituyente, convirtiéndosele en responsable de errores cometidos en la gestión de políticas de partido. En España siempre que se ha hecho política con mayúsculas, de Estado, nos ha ido muy bien y, por contra, las políticas partidistas excluyentes nos han ido muy mal. Lejos de cuestionar el proceso constituyente, lo que habría que hacer es recuperar los consensos básicos y no actuar como un boxeador noqueado que para recuperarse quiere cambiar las reglas de juego a mitad de un combate. Es el momento de apostar por nuestro Estado de Derecho y por la Ley y no generar falsos debates sobre democracia y Ley, puesto que la democracia sin cumplimiento de la Ley no es posible. No se puede caer en frivolidades irresponsables, como comenzar a enfatizar sobre la diferencia entre legitimidad y la legalidad, dirigiendo un peligroso mensaje de que cuando la segunda se opone a la primera, es posible superar el marco legal, y utilizar vías de hecho, generándose desorden y caos social. Esto es muy peligroso, puesto que la legitimidad a veces es muy subjetiva y lo puede justificar todo. Algunos tienden a apoderarse de la legitimidad, entendiendo que sólo existe la suya, excluyendo a los demás. El resultado de la lucha entre pretendidas legitimidades en España sabemos cómo termina. Conviene recordar nuestra historia. Por ello, nunca más que ahora, más Constitución, más ley, más instituciones, y sobre todo respeto al marco legal.
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