Alfonso Ussía
Menos que nada
El 60% de los votantes del PSOE rechaza un pacto con Podemos, de acuerdo con la encuesta de «Sigma Dos» publicada por el diario «El Mundo». El problema es que en España lo único que importa del votante es el voto, no sus preferencias. Cuando el ciudadano vota e introduce su papeleta en la urna, cede su soberanía al partido político por el que ha votado. En el texto de la noticia, el redactor afirma con ingenuidad y limpieza que el rechazo de ese alto porcentaje de votantes del PSOE a pactar con Podemos aleja la posibilidad de un Ejecutivo de izquierdas tras las elecciones. No aleja para nada esa posibilidad. El voto, con posterioridad al recuento, es un papel mudo. El voto no habla después de darse a conocer el resultado. Será Pedro Sánchez el encargado de interpretar los votos de sus simpatizantes, y las interpretaciones de Sánchez no sólo son pésimas, sino penosas.
El ciudadano español no tiene a su diputado ni a su senador ni a su concejal. Un votante es lo más parecido a la nada. Existe mientras dura la campaña electoral, existe cuando llega al colegio electoral, existe cuando deposita su voto, y deja de hacerlo cuando el presidente de la mesa pronuncia la frase que contempla la norma : «Ha votado». Desde ese instante, el ciudadano deja de importar y se convierte en una hormiga para el sistema. Una hormiga amablemente tratada durante la campaña y cruelmente pisoteada cuando ha cumplido con su derecho al voto.
Sánchez, que ha sido humillado, masacrado, ninguneado y metafóricamente sodomizado por Podemos, no ha alterado el orden de sus preferencias. Pero se le ha añadido un inconveniente más a los que ya tenía. Si Sánchez no consigue que el PSOE sea la segunda fuerza más votada, sus ambiciones se tendrán que someter a la modestia. Su mayor logro, en ese caso, sería conseguir que Iglesias le encomendara la vicepresidencia del Gobierno estalinista, lo cual aceptaría Sánchez sin duda alguna. Traicionaría al 60% de sus votantes, pero eso importa un bledo. Rajoy, en las elecciones de su mayoría absoluta, no esperó a que pasaran cincuenta horas para traicionarlos, y si bien es justo reconocer que su política económica ha dado resultados muy favorables, su manera de gobernar podrá ser estudiada en la Cátedra de la Antipatía y el Desafecto a los Votantes, de próxima creación en la carrera de Ciencias Políticas.
Y el tercer problema de Sánchez se esconde en su partido. El PSOE no puede permitir bajar al tercer escalón político de España. El PSOE no es Sánchez, Luena, Hernández –creo que así se apellida–, y Maritxell Batet. El PSOE es una organización política poderosísima que no va a descansar hasta recuperar esa condición. El PSOE está acostumbrado a establecer los pactos, no a ser el establecido. El PSOE, hasta ahora, concedía vicepresidencias, no las mendigaba. El PSOE de Sánchez es un partido que pretende gobernar a los españoles desde los complejos de la anti España. Me lo decía, semanas atrás, un ilustre personaje: «Rubalcaba era muy inteligente y muy peligroso, pero siempre desde el patriotismo». Para Sánchez, la única Patria que existe es ese voto mudo y callado que interpretará a su capricho para pactar su futuro personal. Un futuro, por otra parte, que no se presenta especialmente atractivo. Quizá ejerciendo de ayudante del entrenador del Estudiantes de baloncesto. El que lleva la tablilla y anima al que termina de fallar un lanzamiento de tres puntos.
Para evitar ese porvenir deportivo, Sánchez necesita pactar con Podemos. Y lo hará en las condiciones más humillantes y acuclilladas. El 60% de sus votantes no significan nada al lado de su ya reducida ambición personal. ¿Qué significan esos votantes después de las elecciones? Menos que nada.
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