Ely del Valle

Mercancía caducada

La Razón
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Lo visto y escuchado en el Congreso esta semana sirve para certificar que la nueva política consiste, básicamente, en a) pegar el cante, b) ponerle la etiqueta de caduco a todo el que no pasa por su aro y c) prometer lealtad a las cosas más peregrinas. No es fácil darse cuenta porque durante meses hemos sido sometidos a un lavado de cerebro por el que nos habían convencido de que era verdad que las cosas iban a cambiar, que la solución a los problemas estaba en laminar a los políticos «de siempre» y sustituirlos por gente de carne y hueso, y que eran ellos los llamados a dirigir al pueblo hacia la Arcadia. Sin embargo ya podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que nos han vuelto a colar un adoquín disfrazado de caja de bombones y porque lo que hay detrás del atrezzo solo son consignas caducas, además de un cabreo considerable porque otros consiguen lo que ellos quisieran para sí. Creo que es evidente que me refiero a Podemos, cuya única a aportación hasta el momento ha sido la de introducir en la política el histrionismo como modus operandi. Lo que todavía no he conseguido averiguar es si ese afán por dar la nota es impostado para que no se note que nos quieren vender como fresca una mercancía caducada o si obedece a una emoción incontrolable por haber conseguido, al fin, ser lo que decían odiar, pero que en el fondo deseaban. Los diputados de Podemos han llegado al Congreso como colegiales ansiosos por tirarle bolitas de papel en el cogote al profe malo. Lo suyo no es revolución, es infantilismo. Les ha faltado hacer una carrera de sillas por el Salón de los Pasos Perdidos y poner los pies en el respaldo del de delante mientras recitan a la Pasionaria. Si esto es el progreso, Angela Merkel es una stripper. No digo más.