Joaquín Marco
México trágico
Va finalizando ya el año en el que se ha conmemorado con diversos actos el centenario del nacimiento del poeta y ensayista mexicano Octavio Paz. Al margen de su calidad y experimentalismo en el ámbito de la poesía hispánica, cabría poner de relieve, asimismo, su condición de pensador de la esencia de la mexicanidad y su compromiso personal. Uno de sus libros más conocidos «El laberinto de la soledad», publicado en 1950 y reeditado en numerosas ocasiones con diversos añadidos, sigue de plena actualidad, pese a que los tiempos en los que se escribieron los textos eran muy distintos y la sociedad mexicana de hoy resulta mucho más compleja. La corrupción vinculada al narcotráfico se ha infiltrado en la clase política y en organizaciones sociales de toda índole. El problema ya no es tan sólo el tópico tan a menudo repetido de que la mayor desgracia del país era el vecino del norte, ni siquiera la pobreza que sigue dominando amplias capas de la población. El actual Presidente de México, Peña Nieto, representa al PRI (Partido Revolucionario Institucional), que ha dominado la historia moderna del país. Es el mismo partido que tuvo que hacer frente al escándalo de la masacre estudiantil de la plaza de las Tres Culturas en 1968 y que provocó la dimisión de Octavio Paz de su embajada en la India y de Carlos Fuentes de la de París. Pero la agitación estudiantil de entonces se ha convertido ahora en un clamor nacional que culminó hace pocos días en el mismo Zócalo de la capital al grito de «Ya basta». De poco sirvió el crecimiento económico de hace unos años, que habría de poner fin a la pobreza tradicional y lograr, a la vez, un cambio social. Nunca se tomó en consideración el grave problema de la corrupción institucionalizada y de su expresión más trágica, la violencia, fruto no sólo de los grupos de narcos, sino de las propias fuerzas de seguridad a las órdenes de políticos locales. Ni siquiera la primera dama ha escapado al escándalo de la corrupción.
Ya en el primer año de gobierno de Peña Nieto en Michoacán, las guardias de autodefensa, transformadas en paramilitares, combatieron a las mafias de la droga con la violencia. El Presidente tuvo que enviar miles de soldados para sofocar la situación y designó un Comisionado especial. Sin embargo, pasado algún tiempo, las mafias siguieron operando como antes, aunque algunos dirigentes del comercio de la droga estén en prisión. Poco ha cambiado, pero recientemente la opinión internacional se escandalizó ante la desaparición de 43 estudiantes el pasado 26 de septiembre. La Procuradoría General de la República, según parece, ha establecido los hechos. Se produjeron en Iguala, en el estado de Guerrero. Los estudiantes procedían de la Escuela Normal de Ayotzinapa y, como en otras ocasiones, se incautaron de taxis y autobuses con los que recorrer la región y obtener donativos para acudir a la capital y conmemorar el asesinato masivo de la plaza de las Tres Culturas. El alcalde de Iguala, José Luis Abarca, dio la orden de reprimir a toda costa cualquier manifestación que pudiera enturbiar la campaña de su mujer, María de los Ángeles Pineda, para sucederle en la alcaldía en las elecciones de 2015. Tres normalistas fueron asesinados en plena calle (a uno de ellos lo desollaron y a otro le arrancaron los ojos) y tres viandantes fueron, asimismo, asesinados. Desaparecieron entonces los 43 jóvenes detenidos por fuerzas policiales. Según parece fueron conducidos en un camión hasta Cocula y entregados allí a un grupo de narcos conocido como Guerreros Unidos, vinculados al alcalde y a su mujer. Conducidos hasta el monte, según asegura alguno de los asesinos capturados, fueron asesinados e incinerados en una pira que humeó durante días. Algunos de los restos fueron más tarde arrojados a un río cercano. Los familiares de los estudiantes iniciaron una serie de protestas ciudadanas que recorrieron la región y, de nuevo, la presidencia tuvo que involucrarse en los acontecimientos. Los periódicos internacionales llamaron la atención sobre la brutalidad y el desprecio a la vida en tales acontecimientos.
No eran los únicos. Las matanzas de emigrantes de otros países latinoamericanos, que intentan vencer los obstáculos fronterizos con los EEUU son también frecuentes y no exentas de crueldades, como los 72 asesinatos de Tamaulipas. También se descubrieron varias fosas de narcos ejecutados, como las de Tlatlaya. Desde 2007 la violencia se ha acentuado en el país, ante los ojos de unos ciudadanos que se muestran indefensos. Por otra parte, México sigue manteniendo aquellos rasgos que trató de analizar Octavio Paz en su tiempo. Los más lúcidos podrían reconocerse en sus palabras: «Nuestra impasibilidad recubre la vida con la máscara de la muerte; nuestro grito desgarra esa máscara y sube al cielo hasta distenderse, romperse y caer como derrota y silencio. Por ambos caminos el mexicano se cierra al mundo: a la vida y a la muerte». Porque ha admitido un peculiar sentido de la muerte y de la violencia: «Cuando el mexicano mata –por vergüenza, placer o capricho– mata a una persona, a un semejante. Los criminales y estadistas modernos no matan, suprimen. Experimentan con seres que han perdido ya su calidad humana/.../ El criminal típico de la gran ciudad –más allá de los móviles concretos que lo impulsan – realiza en pequeña escala lo que el caudillo moderno hace en grande». Son dos citas extraídas de «El laberinto de la soledad». La naturaleza de los crímenes de Ayotzinapa no puede relatarse como una simple novela negra, aunque posea muchos de sus rasgos. Son el resultado de un desprecio hacia la vida humana que sólo puede equipararse a las masacres que se producen por odios raciales o religiosos. Desde la Revolución mexicana, la violencia ha dominado, salvo algún breve período, la historia de México, un país rico en cultura y referencia en muchos aspectos en el mundo hispánico. Su culto a la muerte se integra en su folklore y constituye un rasgo que le distingue. Paz bucea hasta los aztecas. Los problemas de México, sin embargo, requieren soluciones drásticas que alejen de una vez la criminalidad del poder y la administración. Pero, de momento, el horizonte de cambios radicales parece todavía muy lejano.
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