Julián Redondo
Minuto de silencio
Dos citas con Luis, dos huellas. La primera entrevista, finales de los setenta, en «Gloria Bendita», a un costado del Bernabéu. El inolvidable Javier Valdivieso, amigo de ambos, la propició. Ellos eran «Valdi» y «Zapatones»; yo, un novato con ganas de comerme el mundo. Después de esperar una hora a que terminara la partida de mus, casi otra de charla reflejada al día siguiente en el «Ya». No entrevisté al ogro, sino a la persona, cercana, ocurrente y cómplice... de Valdivieso. La segunda cita, mes y medio antes del Mundial de Suráfrica, en el «Imanol» de Diversia, cerca de su casa. Sabía que le iba a proponer escribir para LA RAZÓN, nos conocíamos, no había secretos; pero necesitaba que le convenciera. Hablé tres minutos, aceptó; después, y hasta casi cuatro horas más tarde, hubo monólogo suyo. Y yo, con la boca abierta. Anécdotas, lecciones sin pretenderlo. Fútbol, fútbol y más fútbol. Toda una vida de fútbol. Un placer.
Sus análisis calaron y el primero (victoria Suiza) causó controversia. Él habría hecho otro planteamiento, y lo explicó. Le dolió la derrota y no supo abstraerse del desengaño. O no quiso. Al día siguiente sus opiniones eran la comidilla en la sede de la Selección. Respuesta de los jugadores: «El míster (Luis) puede decir lo que le venga en gana. Sabemos que nos quiere y le queremos».
En el epílogo, el minuto de silencio sobrecogedor en el Calderón, más la victoria del Atlético y el liderato. Mejor homenaje, imposible. Emotivo, como el brazalete de Martino o los de los jugadores del Madrid. Recibió el cariño del aficionado en todos los campos de España; excepto en el nuevo San Mamés. Pitaron su memoria, menos de los que guardaron silencio. Vieja costumbre de los cernícalos habituales.
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