Alfonso Ussía

Mis abogados

He llegado a la acertada conclusión de que en España no eres nadie si no tienes muchos abogados. A medida que crece el número de pedorros televisivos aumenta el censo de letrados. De no ser así, no se entenderían las advertencias de los habituales a los platós ignominiosos. «Como no rectifiques inmediatamente lo que has dicho de mis relaciones con Piripi, te mando a mis abogados». Es entonces cuando, por vía telefónica, entra Piripi. –Piripi, aquí Manoli ha dicho que Ramoni y tú estáis liados, y Ramoni ha amenazado a Manoli con mandarle a sus abogados. ¿Es verdad o es mentira?–. Largo silencio, carraspeo, y al fin, la voz de Piripi. –Bueno, no es del todo cierto, pero algo hubo entre Ramoni y yo una noche en Benalmádena después de la fiesta en beneficio de los enfermos de halitosis–. –¡Mentira!– exclama Ramoni; –es cierto que dormimos juntos porque yo no había reservado hotel, pero no me tocaste ni un pelo, Piripi, y tú lo sabes–; –Piripi, lo que se está diciendo aquí es muy serio– advierte con gran solemnidad Jorge Luis Javier Méndez, el conductor del programa. –Tan serio, Piripi, que si no nos dices lo que sucedió realmente, vamos a tener que prescindir de tu colaboración en esta cadena–. Manoli se frota las manos, mientras Ramoni deja escapar unas lágrimas que tenía a puntito de cauce. – Voy a decir la verdad, Jorge Luis Javier, porque me debo a los espectadores. Ramoni bebió mucho aquella noche y no se acuerda de nada, pero sí, me la tiré–. Y Ramoni se incorpora y abandona el plató al tiempo que anuncia a la humanidad: «Te vas a enterar cuando os llamen mis abogados, a ti, Manoli, y a ti, Piripi. Por calumnias»–.

Cuanto más pedorro, más abogados. No soy nadie. Si algún problema he tenido con mis artículos me ha representado un solo abogado. José María Stampa en los ayeres, o Francisco Hiraldo en la actualidad. Uno cree, inmerso en la engañosa y estúpida vanidad, que ha alcanzado cierta notoriedad en su profesión, y todo se derrumba cuando advierte que el pedorrerío patrio tiene a su disposición a miles de abogados, en tanto que el que escribe, sólo puede aspirar a un letrado. No sé cómo voy a orientar mi desasosiego. Quizá, en el caso que se quiebre una pata de mi mesa de despacho, puedo anunciar –siempre que haya público en mi entorno–, que voy a llamar a mis carpinteros. Si me veo en la necesidad de un traslado urgente e imprevisto, pediré que me recojan los taxistas, y si me atormenta un forúnculo en el trasero, solicitaré consultas a mis médicos para que me traten los granos de mis culos. Todo en plural, que es lo que se lleva.

Una semana más tarde, vuelven a coincidir Ramoni y Manoli en el programa que dirige el gran Jorge Luis Javier. Los abogados de Ramoni no han llamado aún a Manoli ni a Piripi entre otros motivos porque Ramoni recuerda a la perfección que echó un quiqui con Piripi y la verdad siempre resplandece. Jorge Luis Javier pasea por el plató y sorprende con la inesperada e importante novedad. «Hoy, para dejar las cosas en claro, y para que no haya dudas de lo que pasó aquella noche en Benalmádena, tenemos en el estudio, en persona, nada más y nada menos que a... ¡Piripi!–. Ovación cerrada del maltratado público y Piripi que entra en escena. Ramoni baja la cabeza y esconde su mirada. Manoli se muestra feliz y sonriente. –Responde con un monosílabo de una sola sílaba, Piripi. ¿Sí o no?–. Y Piripi, con gesto heroico, retador, y magnánimo a la vez que provocador responde. –¡Si!

Y de nuevo Ramoni se va del estudio para llamar a sus abogados. En fin que no somos nadie.