Alfonso Ussía

Miserable y perverso

La Razón
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«La libertad de Otegi (sic) es una buena noticia para los demócratas. Nadie debería ir a la cárcel por sus ideas». Este mensaje putrefacto lo firma Pablo Iglesias en las redes sociales. Siempre el mal uso y la manipulación semántica de la democracia y los demócratas. La República Democrática Alemana. Comunismo. La República Democrática de Corea. Comunismo. Arnaldo Otegui no ha pasado seis años en la cárcel por sus ideas, sino por colaboración con una banda terrorista. Otegui ha sido aún más que un terrorista, y de ello pueden responder Gabriel Cisneros y Javier Rupérez. Gabriel Cisneros ya no puede. Murió joven, con el ánimo humillado y el cuerpo herido por una bala que le destrozó el aparato digestivo disparada por un miembro del comando asesino del que formaba parte Otegui. Otegui ha pasado seis años en la cárcel por un delito común. No por las ideas. Y me aterroriza pensar que un sujeto que pretende ser vicepresidente del Gobierno de España y dominar la Defensa, el CNI, los medios de comunicación, el ministerio del Interior y Hacienda, pueda alcanzar sus objetivos. En España, nadie se hospeda en la cárcel por sus ideas. En Venezuela sí. Se lo ha dicho a Iglesias con la sencilla claridad de lo evidente Carlos Herrera. «Estáis felices al ver a Leopoldo López en la cárcel y a Otegui, fuera de ella».

Creo en la genética. En la genética y en la educación. O mejor escrito, en la genética y la transmisión del odio. Como ha quedado demostrado y valientemente firmado por Hermann Tertsch, que se reconoce hijo de un nazi, el abuelo paterno de Pablo Iglesias, Manuel Iglesias, en compañía de los milicianos Manuel Carreiro, «el Chaparro», Antonio Delgado «el Hornachego» y otros desalmados armados hasta los dientes como «el Vinagre», el «Ojo de Perdiz» y el «Cojo de los Molletes», por aquello de divertirse y pasarlo bien, en la noche del 7 de noviembre de 1936 se presentaron en la calle del Prado número 20 para detener en nombre de su ley y asesinar posteriormente a Joaquín Dorado y a su cuñado Pedro Ceballos. Nueve son las víctimas directas que se atribuyen al abuelo del defensor de los etarras y a quien se ha negado a firmar el pacto antiterrorista y la petición de libertad de Leopoldo López, prisionero por sus ideas junto a otros 80 venezolanos en las mazmorras bolivarianas. Presos de opinión, presos políticos a los que Iglesias desea entre rejas. Creo en la genética y en la influencia del odio. El padre de Iglesias, hijo del criminal que alcanzó, después de ser condenado a muerte y a 30 años de reclusión por sus asesinatos, gracias a la influencia del sindicalista José Antonio Girón de Velasco –¡qué progresía democrática!–, la libertad sin cumplir su condena, formó parte de la banda terrorista FRAP. Creo que de ahí, de su genética y perversa formación, Pablo Iglesias adquirió esa sensibilidad especial para comprender el terrorismo, para defender a Otegui, para disculpar a De Juana Chaos y para admitir que la existencia de la ETA tiene una justificación política. Lo más sorprendente y preocupante es que un dirigente del PSOE crea en un posible pacto de Gobierno con el partido dominado por este perverso consumado.

Nada me importa ni afecta que Otegui haya sido recibido con vítores dignos de un héroe por elementos tan desajustados anímicamente como son el bestia oficial de ERC y el asno que rebuzna y cocea en nombre de la CUP. Me importa y afecta que Pablo Iglesias, el defensor de Otegui, el comprensivo amigo de la ETA y de la dictadura bolivariana, siga aún en la agenda de futuro del PSOE.

Es bueno estar del lado de los encarcelados por sus ideas y no de los que encarcelan por temor a que estalle la libertad. Odian la libertad. Odian la democracia. De ahí su obsesión por referirse a una y otra. Si de Iglesias dependiera, la libertad y la democracia habrían sido condenadas a muerte o a cadena perpetua. La sentencia está en camino. Ya se está redactando en los estercoleros estalinistas.