Alfonso Ussía
Mugre y elegancia
El domingo, apenas 30.000 personas –datos de la Policía Municipal de Barcelona–, reunieron sus mugres en un acto cuyo discurso rebosado de insultos a España fue pronunciado por un amigo leal de Qatar. Pocas horas más tarde, centenares de millones de personas siguieron por televisión un acontecimiento deportivo presidido por una estricta elegancia. Elegancia en las palcos, tribunas y en las pantallas de televisión. El partido final de Roland Garros, que ganó con apoteósico poder un gran español, Rafael Nadal. El qatarí de sentimientos jugó en su juventud muy bien el fútbol. Vistió la camiseta de la Selección Española en 47 ocasiones, y celebró sus triunfos al tiempo que deploró sus fracasos. Era un chico muy suave que jugaba con soltura. Se fue del Barcelona a probar suerte en Italia. Pero ahí se topó con un imprevisto. El régimen autoritario italiano, que impidió en dos ocasiones que la Liga Norte pusiera las urnas para escindir Italia, le persiguió con saña y después de un análisis de orina detectó en el catalán-qatarí la presencia de sustancias no del todo permitidas. Y dejó de jugar al fútbol. Entrenó a su club de siempre, el Barcelona, con éxito. Con éxito de Messi, claro, porque terminado su ciclo suscribió contrato con el Bayern de Munich, y sin Messi, fracasó rotundamente. El régimen autoritario alemán también le persiguió con saña, sobre todo después de la prohibición de poner las urnas en Baviera con el fin de separar ese «lander» del resto de Alemania. El Alto Tribunal germano, de acuerdo con los españoles que persiguen a los catalanes separatistas, sentenció que todos los alemanes, y no sólo los bávaros, tenían como sujetos constituyentes el derecho al voto. En vista de ello, el catalán-qatarí, emigró al Reino Unido, donde también ha fracasado porque no tiene a Messi. Entre España, Italia, Alemania y el Reino Unido, fue estrechando lazos de sincera amistad con Qatar, un emirato modélico, occidental, que respeta a las mujeres con similar cortesía que a los dromedarios, y que está siendo perseguido brutalmente por sus inmediatos vecinos que lo acusan de ser el gran mecenas del Estado Islámico. Porque el catalán-qatarí ha sido un perseguido desde que nació, y en España apenas ganó dinero, como en las autoritarias Italia y Alemania, y menos aún en Inglaterra. Una víctima de las democracias europeas que impiden refrendos locales.
Pero no hace bien en insultar a España aprovechando sus vacaciones. Me consta que España no le ha dado nada. Que disputó gratuitamente los partidos de la Selección, y que jamás percibió primas ni premios por sus triunfos con la camiseta nacional. Que en el Barcelona y en las competiciones nacionales e internacionales que intervino como jugador y entrenador, apenas cobró el salario mínimo interprofesional, por cuanto el resto de sus emolumentos, los entregó generosamente a la causa independentista. Que en Italia, el régimen autoritario que niega al norte escindirse del sur, lo expulsaron de la práctica del deporte por unos análisis manipulados. Que en Alemania, el régimen autoritario que impide la votación democrática en Baviera, todo lo que ganaba lo entregó a la causa bávara, de la que se siente desde niño muy cercano por la simpatía que le creció desde que vio la película «Sissi» que era de Baviera. De tal modo, que sólo le queda Qatar para arreglar su vida. Y a Qatar, cuando acude, lo hace con un pasaporte español, documento imprescindible para entrar en aquella nación modélica, que no financia el terrorismo del Estado Islámico, menuda patraña, sino que se limita a entregarle sus petrodólares para que el Estado Islámico se financie a sí mismo.
Y ese es el consuelo. Que al menos, en la actualidad y en el futuro, para entrar y salir de Qatar, Guardiola sigue y seguirá siendo español, aunque se haya insultado como tal gravemente y con paletas mentiras. Eso me consuela y me alivia.
Y no termino escribiendo de Nadal porque la grandeza no puede mezclarse con la mugre.
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