José María Marco
Muro de Berlín 2
Maduro, convertido ya en dictador venezolano, ha fracasado en el intento de sustituir por medios democráticos la Asamblea Nacional por otra llamada Constituyente, que era tanto como intentar obtener legitimidad legal y política para un cambio de régimen. «The Economist» ha escrito que el guión de Maduro se lo escribió Mussolini hace ya casi un siglo, y efectivamente así era, con una asamblea de la que 181 miembros son votados por estamentos y los otros 364 de forma en distritos electorales específicamente diseñados para reducir la importancia de las zonas donde el chavismo bolivariano no tiene las de ganar. Maduro y sus consejeros políticos, que han saqueado la economía venezolana hasta la ruina, reinventaban así la democracia orgánica o corporativa, característica de tantas dictaduras, entre ellas la de Franco. No les gusta la democracia liberal. Ni la igualdad en el voto, ni el cumplimiento de la ley.
Los podemitas tenían la misma estrategia: acabar con la democracia liberal -sistema burgués y falsificador: degenerado- en España y los países del Sur de Europa recurriendo a los medios propios de esa misma democracia liberal. El fracaso de la votación del pasado domingo y lo ocurrido después, en particular la denuncia del pucherazo masivo y el secuestro de Ledezma y Capriles, demuestran que ese proyecto ha fracasado.
En términos españoles, es el segundo gran fracaso de Podemos. Primero estuvieron las elecciones de 2015 y 2016, donde demostró su techo electoral y su incapacidad para asaltar desde dentro el régimen constitucional. Ahora llega la clarificación definitiva: tampoco en Venezuela el chavismo bolivariano, combinación de populismo y neocomunismo, es capaz de seducir a «la gente». Los latinoamericanos desean seguir en Occidente, no convertirse en satélites de Rusia, Irán o China. Si quieren el poder, los chavistas habrán de dar un golpe de Estado o ganar una guerra civil.
Lo ocurrido en Venezuela es una segunda caída del Muro de Berlín para las generaciones que han querido revivir el sueño comunista. No tendrá ninguna repercusión dentro del podemismo. Aquí no hay ilusión ninguna: lo que hay es cinismo. La tendrá fuera, sin embargo, y al PSOE no le vendría mal reflexionar si le conviene hipotecar su proyecto a un movimiento fracasado y que odia el socialismo como sólo los comunistas han sabido y saben hacerlo.
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