Lucas Haurie
Muy divertido, el twitter
El ominoso delito imputado a tres menores gaditanos, que grabaron el trompetazo de una amiga y lo difundieron vía Twitter, ha exacerbado el celo de los guardianes de la ortodoxia moral que ahora alertan sobre la obligada responsabilidad en el uso de las paradójicamente denominadas (¿hay algo más antisocial que este onanismo cibernético?) redes sociales. A buenas horas. Saludado como un nuevo amanecer en la era de las relaciones humanas, el advenimiento del pajarito ha modificado a buen seguro los hábitos comunicacionales de una generación. Habría que añadir que a peor, sin duda, puesto que ha movido a confundir ruido con reflexión y exhibicionismo con existencia. Nada es mientras no aparezca en la pantalla del «esmarfoun»: no hay cambio de imagen si no está en el avatar, no hay sentimiento si no se explicita en el estado y no hay, caramba, escarceo sexual si no se difunden pruebas de modo viral para que vean hasta en Uzbekistán qué hacen las gaditanas con los rabos que sacan los fanfarrones. Han tenido que venir unos desaprensivos a convertir en pornostar a una colegiala, contra su voluntad, para que caigamos en la cuenta de que algo está fallando. Pondrán en marcha la trituradora hasta que le sea impuesta a los culpables una «condena ejemplarizante», eso tan rancio y facineroso, pero nadie había señalado a estos tres quinceañeros la insondable estupidez a la que sin remisión se condenan quienes conciben el mundo como un espectáculo sólo aprensible a través de Internet. Seguiremos rasgándonos las vestiduras con sucesos como éste.
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