Constitución

Nacionalismo a la baja

La Razón
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Si el año pasado la manifestación independentista de Barcelona reunió 1,4 millones de manifestantes, las cinco que han tenido lugar este fin de semana –Barcelona, Tarragona, Lérida, Salt (Gerona) y Berga (Barcelona)– han reunido 800.000 según las autoridades locales, 370.000 si hacemos caso a la Delegación del Gobierno en Cataluña, y 292.000 si se lo hacemos a Sociedad Civil Catalana.

Uno de los mantras que más se han repetido en los últimos años es que el Gobierno de Rajoy era una máquina de crear independentistas. Es verdad que las cifras fueron creciendo hasta 2015, pero, a partir de esa fecha, los barómetros de opinión pública del CEO (el CIS catalán) demuestran una y otra vez lo que confirmaron las últimas consultas electorales: que el independentismo cae. Algo que también confirmó el último CIS, donde hasta el mismísimo Mariano Rajoy salía mejor valorado que el portavoz de la antigua Convergència, Francesc Homs.

Y es que el independentismo no sólo perdió la mayoría absoluta en las elecciones del 27 de septiembre, sino que ha acudido ahora a la Diada dividido. Una estrategia que, además de mostrar las discrepancias entre unos y otros –patentes en el propio Parlament–, pretendía ocultar la falta de movilización que los partidos llamados soberanistas vienen despertando últimamente en el electorado. Es lógico. Al desprecio a las sentencias judiciales de diferentes tribunales en España se ha sumado el intento de exportación del independentismo a Francia, frenado en seco por los tribunales franceses al disolver el sedicente Comité para la Autodeterminación de la Cataluña del Norte. Todo este mundo irreal en el que se mueve el nacionalismo –atrabiliario ya de por sí– puede mover sentimientos y afectos, pero nunca conseguirá disipar las dudas del sentido común y de la realidad. Y la realidad en Cataluña no puede ser peor desde que el independentismo se adueñó de los partidos tradicionales. Una realidad que no sólo afecta a la economía, que de ésa ya hablan las estadísticas, aunque enmascaradas por el turismo, sino la que viven sus ciudadanos cada día. Porque lo que más desmotiva a los catalanes no es el rumbo del nacionalismo burgués que se apoya en la CUP, sino la merma que han visto en sus derechos civiles, en su Sanidad y en la Educación, hasta hace poco modélicas en España. Su único consuelo sería que Donald Trump les hiciera caso. Y tampoco lo veo.