Alfonso Merlos

Naftalina comunista

La Razón
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Algo nos hemos perdido. ¿Dignidad de qué, y de quién? ¿La de la Segunda República, a la que el zapaterismo puso de moda acrítica, irreflexiva y sectariamente como símbolo de la verdadera democracia? ¿La de la Unión Soviética, estandarte y sustento de la ideología que más muertos y sufrimiento ha causado en la Historia de la Humanidad? ¿De qué hablamos? ¿Qué siguen pintando esas banderas?

¿Qué dignidad, la que apoyan los testaferros de ETA que se cobijan en Bildu y han secundado de forma entusiasta y penosa la marcha? ¿Esta amalgama de neomarxistas son la regeneración, el progreso, el futuro y la esperanza?

No, señores, no. Entendemos que la cabra tira al monte. Y que eso significa que la extrema izquierda está siempre ávida de convertir las jornadas de reflexión en otras diferentes e inferiores de irreflexión, incluso de coacción antidemocrática y, en todo caso, de agitación y propaganda. Pero ya no cuela.

La profusión de mensajes guerracivilistas no sirve para llegar a fin de mes. Propalar a los cuatro vientos la derrotada retórica y la vieja dialéctica de la lucha de clases, tampoco. Demonizar a esa venenosa derecha conformada invariablemente por elites burguesas –políticas, empresariales, intelectuales– dispuestas a volver a los tiempos de Dickens y casi capaz de comerse a los niños crudos supone intentar sacralizar una estrategia discursiva sólo válida para aquel que apenas atina a atarse los zapatos. ¡¿Estamos locos?!

En efecto, no lo estamos porque somos mayoría archi-abrumadora los españoles que queremos mirar al futuro, sin sacar del armario ni a La Pasionaria, ni a Gramsci, ni a Lenin, ni a Lerroux. El ruido y la furia quedan en la cuneta cuando hay una nación que quiere caminar al frente. Con ilusión. Y con paso firme.