Navidad

Navidad reparadora

La Razón
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Se me hacen largos los días que quedan para la cena de todas las cenas. Antes de ese momento inminente, al sur del Sur, ya ha habido brindis en el Norte, con los parientes catalanes. Luz y viento de corrientes heladas rodean en diciembre las esquinas de la Sagrada Familia, adornada con puestecillos navideños salpicados de caganers y turistas de todos los colores. En el corazón de Barcelona brillan siempre las Ramblas. Al fondo de ese camino cosmopolita percibes, majestuosa, su alma mediterránea invernal, en continuo oleaje. Enamora la Ciudad Condal pero más bella, si cabe, mi familia. Inédito que nadie, en este último reencuentro, haya mencionado el asunto del referéndum. El hecho me confirma el hartazgo creciente y generalizado que produce la política y, sobre todo, las ganas que teníamos todos de contarnos lo importante, la vida misma. He molestado solo un minuto a mi prima, directora de una céntrica oficina bancaria. Ella me cuenta que, a día de hoy, a los empresarios barceloneses no les quita el sueño el nacionalismo y sí la subida de impuestos. Es más: una gran mayoría de sus clientes añoran, justo por ese motivo, los tiempos del Gobierno en funciones, qué paradoja. «Al final, la pela es la pela», explica. Mi prima elude exponer su opinión sobre Puigdemont o Colau, y la quiero igual. Me comenta, eso sí, las bondades de la baja de paternidad ampliada a cuatro semanas.

Existen, todos lo sabemos, amenazas de bomba sentimental en eventos con envoltorio familiar y alcohol de por medio. Líos y traumas del corazón no resueltos, el Barça de Messi frente al Madrid pentacampeón, la monarquía guillotinada, el tío republicano, la pelea por el partido más corrupto y, por supuesto, los nacionalismos. Desde el respeto, me reconozco pura vehemencia en cualquier mesa cuando alguien bromea con injusticias sociales o violencias. Pero también, en petit comité, capaz de coger la pandereta y proponerte, de repente, un «manequin challenge» peor que el de la familia sevillana viral. Otras veces observo muda el entorno y me ausento de una mesa a la francesa, cada vez más comprensiva con los misántropos. Eso jamás me pasaría en la cena de todas las cenas, a la vera de mi abuela centenaria. Cinco días faltan para abrazarla y no moverme de su lado. Os deseo una semana apolítica y liviana y, si es posible, con niños cerca, árboles encendidos y reencuentros reparadores.