Alfonso Ussía

Nécoras y langostinos

La Razón
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El pavo y el besugo son los protagonistas tradicionales de las mesas de Navidad en España. Me gusta el pavo y no puedo ver al besugo ni en pintura. En el norte también se unían las angulas, cuando éstas abundaban y su precio era asequible para todas las economías. En mi querida venta de «La Rabia» de Comillas, los hermanos Herrera pescaban tantas angulas que las regalaban, y uno de ellos, Adolfo, no las probó jamás. En Liébana, en algunos hogares se comía «el faisán», que así llamaban al urogallo, esa maravilla extinguida en sus hayedos infinitos. Pero la tradición gastronómica navideña es arbitraria en cada familia que celebra la Navidad. Ahora imperan los mariscos, costumbre muy reciente que antaño se consideraba de nuevos ricos o de horteras.

No obstante, los mariscos forman parte de la tradición de muchas familias que nada tienen de nuevos ricos y menos de horteras. Por ejemplo, la familia Iglesias, que lleva decenios celebrando la cena en Nochebuena con nécoras y langostinos, según ha confesado el propio don Pablo. Los Iglesias, cuya mayor ambición es aguardar a que llegue el día en el que puedan quemar todas las ídem, también celebran la noche del nacimiento del Niño Dios. Para ellos se trata de una tradición cultural, no religiosa, es decir, similar a una Primera Comunión por lo Civil. Nada que oponer porque la gente tiene derecho a celebrar lo que le venga en gana. Y más, si la tradición familiar reúne a sus miembros en torno a nécoras, langostinos, cigalas y langostas, fundamentales representantes de la pobreza energética que tanto lamentan y denuncian en Podemos.

La nécora sí puede ser considerada marisco proletario cuando es comparada con el centollo, mucho más abundante de carne. Entre los cangrejos, el buey es el más grande, pero el centollo es infinitamente superior en calidad. En el País Vasco, el centollo es el «Changurro» o «Txangurro», que los académicos de la RAE confunden con un plato. «Plato vasco popular hecho con centollo cocido y desmenuzado en su caparazón». Orejas de burro para el académico que propuso semejante acepción, y en la esquina frente a la pared los académicos que la aprobaron. El «changurro» no es ni un plato, ni menos aún popular, porque cuesta un ojo de la cara. El «changurro» es, sencillamente, el centollo en vascuence, pero no se han enterado todavía. La nécora es muy sabrosa, pero hay que trabajarla mucho, de ahí su condición de cangrejo proletario. Pero los langostinos son de muy sencillo pelar, como saben los sindicalistas andaluces. Un buen langostino de Huelva, cocido o a la plancha, ofrece su sabroso y carísimo cuerpo con gran facilidad. Como la gamba, o el más ordinario carabinero. Es decir, que los Iglesias, buscan el equilibrio social en su cena cultural y tradicional, que no religiosa, de Nochebuena. Los langostinos, que representan la excepcionalidad que merece la señalada fecha, y las nécoras, tan trabadas, tan trabajosas, tan resistentes a los dedos, que homenajean el esfuerzo constante del liderazgo estalinista. A Stalin, y lo escribo sin ánimo de aguar la fiesta de los Iglesias, no le gustaban los mariscos, pero era un consumidor compulsivo y entusiasta del caviar. Dadas las buenísimas relaciones que mantiene el tinglado de Iglesias con el régimen iraní, le sugiero que, en el futuro, además de dinero para «La Tuerka» le envíen latas de caviar, bastante mejor que el ruso. Así, la pobreza energética constaría de tres elementos en lugar de dos. Nécoras, langostinos y caviar iraní.

Feliz Noche.