Alfonso Ussía
Ney, Ney, Ney
La gran tragedia del barcelonismo es la dimensión de su bucle melancólico. El culé catalán, catalanista, nacionalista o independentista, confía en que sus sentimientos de aldea, la sombra feliz y sosegada que procura su campanario, los sientan con parecida intensidad sus ídolos azulgranas. No reparan en que Neymar es brasileño, como Messi argentino y Suárez uruguayo. Los grandes futbolistas, generadores de millones de euros, tienen una vida corta de ingresos fabulosos. Cristiano Ronaldo es más del United que del Real Madrid, pero mientras meta los goles a favor del Real Madrid me sentiré agradecido. El día que se vaya y reconozca que el equipo de sus amores es el Manchester, no me llevaré disgusto alguno. El bucle nacionalista pretende integrar en su aldea a sus admirados. Y de ahí vienen las pataletas, los sollozos y el rechinar de dientes.
No confío en la inteligencia natural de Neymar. Pero su entorno es más reflexivo, empezando por su padre, que además de reflexivo es un fresco. Ese entorno ha vivido las peripecias del separatismo catalán. Sabe que es muy difícil que el golpe de Estado contra el resto de España triunfe. Pero no quiere riesgos. Creo que el liderazgo indiscutible de Messi no es la causa de su fuga. Neymar y su entorno buscan la seguridad. Han analizado todas las posibilidades, incluída la extrema y casi imposible de la independencia de Cataluña. Con la independencia el F.C. Barcelona se vería obligado a abandonar las competiciones nacionales, y dejaría de representar al fútbol español en Europa. No es cierto –son muy mentirosos–, lo que dijo Bartoméu al respecto: «Todas las Ligas de Europa desearían tener al “Barça”» en su competición–. Es posible, pero inviable. El Mónaco disputa la Liga francesa porque no hay lugar en el Principado para otro club. Cataluña puede –y estaría obligada– a organizar sus propios campeonatos. La FIFA – con la excepción fundacional de Inglaterra, Irlanda del Norte y Escocia, que en los Juegos Olímpicos compiten al amparo de la Union Jack como Gran Bretaña–, no admiten selecciones nacionales que no organicen sus campeonatos. Y en ese campeonato de Liga y la Copa del Presidente de la República Catalana, el Barcelona reduciría hasta extremos ridículos, pre-abismales, sus ingresos económicos, publicitarios, derechos de televisión y demás afluentes dinerarios.
A Neymar y su entorno les ha acuciado el temor a la quiebra como a los empresarios que se marchan de Cataluña y trasladan sus sedes a otros lugares de España, Madrid preferentemente. La última empresa de enjundia que ha anunciado su traslado, Naturhouse, lo ha hecho por la inestabilidad política que promueve el separatismo. Cataluña se ha abierto a la «Kale Borroka» de los peores años etarras, y los turistas son atacados por los bestias de la CUP. Neymar no está obligado a comprometerse con el peligro, y menos aún, con el sentimentalismo melancólico de los separatistas. No le importa que le digan traidor, ni le conmueve que el entusiasmo forofo le haya calificado, años atrás, de «catalá». A Neymar le interesa su cuenta corriente, su futuro y sus ingresos, que los tendrá asegurados en París.
Otros futbolistas del primer equipo del Barcelona han susurrado, muy quedamente, su preocupación. En unos años, si el Golpe de Estado contra el resto de España triunfa, el Barcelona se verá obligado a vender los terrenos del «Camp Nou» para garantizar el pago de sus contratos. Y jugará su Liga y su Copa contra el Granollers o el Mollerusa en la réplica jibarizada del «Mini Estadi». No creo que el Emirato de Qatar, que además de promover al «Barça» apoya sin reservas a los yihadistas, considere rentable promocionar a un club que disputa una Liga y una Copa tan inmediatas a lo chungo. Y el que fuera uno de los clubes deportivos más importantes del mundo, un grandísimo club español, se convertiría en un mal pasar por la mediocridad. Todo eso lo han analizado los que rodean a Neymar, que no siente lo catalán, ni la estrellada, ni el grito de «independencia» en el minuto 17,14, ni el «més que un club», ni todas las tonterías escénicas del separatismo. Neymar jugará en la capital de Francia, en París. Una nación que no prohíbe el uso de su idioma, el francés. Que no persigue a quienes se sienten franceses, que no reconocen la catalanidad de sus catalanes, y que no caen en el lecho infectado de la paletería. Y que garantizan los ingresos contractuales durante los años venideros. Eso sí les importa y preocupa a los grandes futbolistas. La seguridad de la pasta gansa. Si el casi imposible triunfo del proceso separatista se confirma, todas las ratas abandonarán el barco, escrito sea con ánimo figurativo y metafórico.
Por eso, Ney, Ney, Ney, ha dicho «adéu, adéu, adéu». Por su tranquilidad.
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